En el libro El refugio de la memoria, Tony Judt hace un vibrante recorrido vital e intelectual sobre los grandes desafíos para la política hoy. Y escribe: «La seriedad moral en la vida pública es como la pornografía: aunque es difícil de definir, sabes que lo es cuando la ves. Describe una coherencia entre intención y acción, una ética de la responsabilidad política. Toda política es el arte de lo posible. Pero el arte tiene también su ética».
El PP se enfrenta, en esta fase decisiva del caso Bárcenas, a una pura y dura estrategia judicial, cueste lo que cueste. El tiempo del combate político y estético (en una particular versión subjetiva de la moral política) ha sido superado con la comparecencia de Mariano Rajoy en el Congreso hace ahora un mes. El PP está concentrado en la batalla judicial aunque vaya perdiendo nuevos jirones de credibilidad, convencidos como están que ya han purgado, demoscópicamente, todas sus culpas. Pero mientras predica que no teme —mostrando una artificial seguridad— ni el chantaje ni la información de su ex tesorero, se afana en borrar su pasado, eliminado su memoria: la política y la digital. Que esta acción pueda ser considerada un delito de destrucción de pruebas y encubrimiento y obstrucción a la justicia deberá decidirlo el juez.
¡Ah, la estética! ¡Cuánto desprecio ignorante! El difunto filósofo Eugenio Trias, Premio Internacional Friedrich Nietzsche en 1995 (el máximo galardón internacional a una obra filosófica) dedicó buena parte de su imprescindible y sistémica obra al estudio de las relaciones entre la ética y la estética, y nos recuerda —y advierte— que esta última es esencia y percepción, a la vez. En política, las formas son fondo. Y la estética, parte fundamental de la ética.
El PP, atrapado por el reto y el combate judicial, ha decidido despreciar (¿puede hacer otra cosa?) la percepción pública. Lo burdo y grotesco (en Twitter circula un ingenioso tuit que dice: «Si los ordenadores de Bárcenas se entregaron a otro empleado en mayo de 2013, hay un señor que lleva 3 meses tecleando sin disco duro») se imponen, aunque el coste sea el rubor máximo. Borrar los discos duros no significará ablandar las mentes de la ciudadanía. Justo lo contrario.
En el libro de Eugenio Trías, La política y su sombra, el filósofo denuncia que «hace siglos que los sofistas de la política quieren acabar con esos tipos raros que son los filósofos: intentan que dejen de enseñar cosas incómodas tales como pensar. Desean votos, no individuos capaces de cuestionar la banalidad del talante sin talento». Hay una excitación del pensamiento en la sociedad española, que recorre y transita desde la indignación a la rebelión, pasando por el malestar, el miedo y la desesperación. Pero la ciudadanía ha elevado su listón moral y ético. Ignorar este renovado nervio cívico puede ser letal políticamente para Mariano Rajoy. La gente ha decidido pensar, en lugar de pasar. Y la corrupción tiene un coste insoportable en la economía y en la moral colectiva de nuestra deteriorada democracia.
Este es el desafío del PP. Si quiere recuperar, como ha anunciado, el contacto con sus bases y sus electores, no podrá hacerlo sin respetar la inteligencia de los ciudadanos. La zafiedad se penaliza. Y mucho. Tenemos memoria, aunque borren las memorias. El PP necesita, probablemente, una necesaria y urgente renovación estética de sus portavoces políticos, seriamente desacreditados por la vacuidad de muchas de sus declaraciones que parecen desafiar el buen gusto y el sentido común. Sin ellos, no hay, tampoco, política.
¡Ah, la estética! Sin ella, la percepción de veracidad y bondad se desvanece. Mejor que se la tomen muy seriamente en lugar de creer que la memoria de la ciudadanía se puede borrar con la misma impunidad y facilidad que la memoria de un portátil.
Publicado en: El País (1.09.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Noita Digital para Unsplash
El refugio de la memoria: Publicado en: El País (1.09.2013)(blog ‘Micropolítica’)
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