Faltó poco, pero faltó. Lula da Silva está ya muy cerca de ser el próximo presidente de Brasil, pero no puede entretenerse a saludar al público mientras todavía no ha cruzado la meta. No es la primera vez que un atleta pierde en la línea de cuadros antes de romper la cinta. Queda una eternidad: cuatro semanas que son durísimas para cualquier campaña. El dilema para el vencedor de hoy es: ¿Seguir con la misma campaña, hasta doblegar las últimas resistencias electorales, o adecuarla a una ejercicio de seducción inteligente sobre los electores sin candidato y para los abstencionistas todavía movilizables?
Estas pueden ser algunas de las claves:
1. Casi todo empieza de nuevo.
La misma noche electoral empieza, de facto, la segunda vuelta… y otra campaña. El discurso de esta noche, la puesta en escena, la coreografía visual y simbólica, las energías que se trasmitan y las estrategias digitales de pauta segmentada de esa misma noche definen mucho, muchísimo. Lula no debe poner el foco en lo que ha pasado y en el resultado. Hay que pensar en las largas cuatro semanas que faltan. Hay que mirar a lo que falta, no a lo que se tiene.
La noche electoral de cualquier primera vuelta tiene una gran relevancia para los «perdedores» (es decir, para los que no votaron ni al primero, ni al segundo). También para los que se abstuvieron o votaron en blanco. Estas personas deberán elegir su segunda mejor opción… o la menos mala de las dos que quedaron en liza. Ahí, esa noche, empiezan las decisiones de los que realmente deciden: los huérfanos electorales.
2. De candidatos a presidenciables.
Hasta hoy, había varios candidatos. Pero esta noche solo dos presidenciables. Y solo uno lo será. Es decir, se empieza a evaluar y a imaginar al candidato como «posible —y real— próximo presidente». Las características a transmitir son otras. Y más, todavía, cuando el rival es el presidente actual. Los que se enfrentan ya no son candidatos, sino dos maneras de entender la presidencia de todos los brasileños. Esta es la mirada. Esto es lo que hay que transmitir en forma y fondo.
3. Mensajes diferenciados para los electores huérfanos.
Hay que construir mensajes para los electores sin candidato. Y trabajar su instalación muy segmentadamente. Los electores «huérfanos» que están en las fronteras, votos de intersección o blandos… deben «escuchar del candidato» que el —futuro— presidente les habla, les entiende, y les representará. Más allá del origen de centro derecha de la fórmula de Lula da Silva, el favorito llega a esta elección aglutinando a toda la izquierda y centro-izquierda, lo que nunca había ocurrido. Pero no ha sido suficiente.
4. Una campaña para todos.
Los electores decisivos quieren saber si el «Brazil da esperança» abre la puerta a la idea de la unidad del pueblo de Brasil, de la sociedad brasileña. Un presidente ecuménico, sanador, integrador, frente a un presidente sectario, tóxico, divisorio. Eso es lo que está en juego. Eso es lo que deberá posicionar Lula, rápidamente, para ganar las encuestas de mañana mismo y despegarse, aún más de su rival. La batalla será sobre la unidad frente división; el orden en lugar del caos; la democracia o la peligrosa autocracia. Lula deberá trasladar en las próximas horas que la verdadera seguridad es que Lula sea presidente. Que gobernará para todos, también para los que no le han votado, ni le votarán. Que Brasil se merece pasar de una presidencia que divide a los brasileños a otra que los une.
5. Muy cerca, pero todavía falta.
La humildad es todo en política, a pesar de la gran victoria parcial. Lula apostó a ganar en primera vuelta y todavía no ha sido posible. Empieza una campaña que arranca en contra las expectativas creadas. Faltó poco, pero faltó. Veamos cómo afecta al ambiente de los equipos y del propio candidato. Jair Bolsonaro no está acabado: el discurso del combate de la casta ha permeado muy profundo. Y está preparando a sus hijos para darle continuidad a su proyecto. La radicalización de la derecha es más importante —y visceral— que la polarización social. No sabemos si Bolsonaro ha hecho esta campaña —con esta agresividad—para estas elecciones o para las próximas. Una estrategia que prepara una salida que le permita su regreso. Pero su fuerza es, todavía, significativa. Lula tiene espacio para crecer y sumar. Bolsonaro solo para destruir y dividir, desde ahí, intentarlo. Quien acierte más, ganará.
Lula depende se sí mismo. Hoy empieza otra campaña. La de los votantes blandos y huérfanos. Lula ganará si es capaz de interpretarlos para representarlos.
Publicado en: El País (3.10.2022)
Fotografía: Possessed Photography para Unsplash
Soft and Slow… votos blandos que aspiran a convertirse en la sólidos y a cimentar el futuro.