Me apasionan los libros que hablan de libros, de las bibliotecas y del placer de la lectura. El último que he leído es una historia asombrosa que llegó a mí gracias a una crónica amable y generosa de mi admirado Alberto Manguel. «La aventura de las ideas» se titulaba la crítica literaria del maestro, y cuenta la historia de Gian Francesco Poggio Bracciolini (1380-1459) y el descubrimiento del libro olvidado (y que se creía perdido hacía más de mil años) de Tito Lucrecio Caro, De rerum natura, Acerca de la naturaleza de las cosas, escrito probablemente hacia el año 50 antes de Cristo. La apasionante historia del incunable se narra en un poderoso libro: El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno, de Stephen Greenblatt con el que obtuvo el Premio Pulitzer en 2012.
Poggio Bracciolini seguía la tradición de Petrarca que, un siglo antes, había rescatado del olvido la monumental Historia de Roma de Tito Livio. La misión era encontrar, rebuscando en los basureros eclesiásticos, las obras maestras de la antigüedad griega y latina. Las obras paganas, escondidas y apartadas. Las obras peligrosas. De rerum natura fue una de ellas, quizá la más singular e importante porque alumbró con su poemario el Renacimiento. Yo, a veces, también me siento como un perdido buscador de libros perdidos.
Lucrecio, su autor, era un poeta virtuoso y un filósofo epicúreo, más que un científico lúcido. Y quizá por esa capacidad artística fue capaz de explicar, hace dos mil años, la complejidad y la simplicidad de la vida y afirmar que el universo, y todo lo que este contiene, está hecho de partículas minúsculas, siempre en movimiento, y que los dioses imaginados por los poetas no son necesarios para que este universo exista. Lucrecio liberaba al hombre del determinismo divino 1.500 años antes de que lo hicieran los hombres del Renacimiento. Sus versos inspiraron consecutivamente a Galileo, Newton, Darwin, Montaigne, Freud y Einstein que buscaron en sus renglones visiones nuevas con las que liberar la imaginación. «Lo que los seres humanos pueden y deben hacer, decía, es dominar sus miedos, aceptar el hecho de que tanto ellos como todas las cosas que tienen ante sí son efímeros, y aprovechar la belleza y el placer que ofrece el mundo». Ahí es nada.
«Aquellas palabras cambiaron el mundo, porque cambiaron la manera de verlo y de vernos en él»
Solo un poeta pudo tener una visión de átomos que se mueven al azar en un universo infinito. Solo un poeta fue el primero en reconocer que estamos hechos de la misma materia que las estrellas y los mares y todas las demás cosas. Aquel poeta, dio un «giro», un «cambio de rumbo», un pensamiento nuevo que era una visión de la realidad y un movimiento mental más que cualquier otra formulación. Aquellas palabras cambiaron el mundo, porque cambiaron la manera de verlo y de vernos en él. Fue, como escribe Greenblatt, un re-surgir, un re-nacimiento de la Antigüedad lo que supuso el hallazgo de Poggio, provocando una aceleración —una liberación— del pensamiento, estimulando su libertad y su creatividad.
Siento una súbita admiración por Poggio. Un geógrafo de los libros, un explorador de bibliotecas. Recupero una cita de Ernesto Sábato con la que me identifico: «En cambio, yo pertenezco a esa clase de hombres cuya cultura se forjó en sus tropiezos con la vida: los libros que leí, las teorías que frecuenté, se debieron a obsesiones que nada tienen que ver con los programas universitarios. De manera que, cuando algún exégeta habla de mi filosofía no puedo sino turbarme, porque tengo la misma relación con un filósofo que la existente entre un geógrafo y un aventurero explorador, cuya intuición le sugiere la existencia de un tesoro, pero del que no tiene más que ambiguas noticias, ni sabe con precisión dónde se encuentra. Y así he andado a tientas, en medio de un confuso y paradójico universo.»(…)
Ernesto Sábato (XI Premio Internacional Menéndez Pelayo. Discurso de agradecimiento, 30 de julio de 1997)
Estos son, pues, algunos de los libros que sobre libros leí, «a tientas», como un explorador de estanterías, renglones y puntos de libro. Un listado desordenado, pero íntimo, de algunos de mis libros sobre libros:
Robert Darnton; Digitalitzar és democratitzar? El cas dels llibres. Un ensayo breve, pero que plantea preguntas básicas en el mundo de Internet. Explora la diferencia entre digitalizar (favorecer el acceso) y democratizar (reescribir las reglas del juego, subordinando los intereses privados a los públicos).
Giulia Alberico; Los libros son tímidos. Una deliciosa autobiografía literaria de una autora que tuvo la dicha de tropezarse con veinte años con Paul Éluard. Un libro delicado y dedicado. En él descubrí una palabra maravillosa: intonso.
Bahiyyih Nakhjavani; La mujer que leía demasiado. Apasionante. De principio a fin. Una obra maestra. Cuando leer era algo prohibido. Leer, una manera de ser persona, de ser mujer. No olviden este nombre, de su protagonista, una mujer única: Tahirih Qurratu’l-Ayn.
Manuel Baixauli; L’home manuscrit. Un libro que plantea la lectura (y la escritura) como búsqueda de la identidad. Leer para saber… quién soy.
Amos Oz; La historia comienza. Me impactó. Un libro sobre los comienzos de los libros. Y la diferencia entre origen y comienzo. Un recorrido de Moby Dick a Anna Karénina, pasando por El proceso de Kafka o El ruido y la furiade Faulkner. Imprescindible.
Pierre Bayard; Cómo hablar de los libros que no se han leído. Provocador, hilarante en muchos casos. Lúcido y cáustico a la vez. Un ensayo que cuestiona mitos y clichés. ¿Cómo convivir (y no sucumbir) a los libros pendientes, a la pereza, a la incapacidad, a la obligación lectora? La solución: no se trata de leer… sino de poner algo de tu parte (como dice Umberto Eco) cuando lees. De utilizar, más que de leer, simplemente. Muy sugerente.
George Steiner; Els llibres que no he escrit. Es el contrapunto a Bayard. Una obra magnífica. Un autor fundamental que me influye constantemente.
Alan Bennett; Una lectora poc corrent. Una bella historia. Un tránsito, a través de los libros y la lectura, del poder absoluto al conocimiento que duda. Un itinerario de la humildad y la intimidad. Cuando gobernar es leer, o cuando no puedes hacer lo primero sin vivir intensamente lo segundo.
Umberto Eco y Jean-Claude Carrière; Nadie acabará con los libros. Un clásico imprescindible. Una ágil y sugerente conversación. «El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo…»
Alberto Manguel; La biblioteca de noche. Mi favorito. Descubrir, a fondo, a los Ptolomeos y sus bibliotecarios que sabían con toda certeza que la memoria era poder, no tiene precio. Y tranquilizarse con saber lo que decía, por ejemplo, Dostoyevski sobre la edad de los cincuenta y seis años, en El idiota: «la edad a la cual puede decirse con razón que comienza la verdadera vida»… me prepara y me anima.
Solo quiero tener tiempo para leer todo lo que me apetezca. Desordenadamente, fraccionadamente. Y si tengo que elegir: leer libros sobre libros. Mi opción más personal.
Ha sido más que un striptease (encadenado, rítmico y sensual…), ha sido un desnudo directo de algunos de mis libros íntimos.
Publicado en: El Breviario, Club de Lectura y Pensamiento Político (16.08.2013)
Fotografía: Drew Coffman para Unsplash
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