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Política artificial

La búsqueda de certezas y seguridades, en un contexto de inquietud como el actual, es una de las reclamaciones más exigentes y urgentes de la ciudadanía a la política democrática. El desarrollo tecnológico puede permitir avanzar en esa dirección: reducir la incertidumbre y achicar el margen de riesgo. La clave, en cualquier caso, está en saber hasta dónde puede llegar ese avance. O, en otras palabras, cuánto margen dejamos al ingenio, la creatividad y al libre albedrío de los seres humanos.

En la última edición del Foro de Davos, ni las criptomonedas ni el blockchain ocuparon un lugar central en los debates y conversaciones. Esta vez, quien se llevó todas las miradas fue ChatGPT, el sistema de chat basado en el modelo de lenguaje por inteligencia artificial (IA), desarrollado por OpenAI, que acaba de ser valorado en 29 mil millones de dólares.

Los optimistas ven un campo de oportunidades en el que la IA otorga superpoderes a los trabajadores del conocimiento, agilizando tareas. A los más escépticos, en cambio, este tipo de herramientas les preocupa a múltiples niveles: desde la gran cantidad de información errónea que la IA genera hasta los sesgos que conlleva y se reproducen, carentes de humanidad, o la deshumanización de los procesos deliberantes y propositivos. Un ejemplo de ello es el caso de la streamer, creada por inteligencia artificial, que negó el Holocausto exponiendo alguno de los límites que esta manifiesta.

ChatGPT viene a cambiarlo todo. Automatiza y acelera. En el ámbito de la política, es evidente que contribuye a agilizar algunas cosas, como la creación de un discurso ante una emergencia o la preparación de un debate electoral. Pero también despersonaliza, estandariza y atrofia nuestras capacidades creativas y homogeniza el pensamiento acercándolo a una visión única, no solo consensuada.

La tentación de automatizar nuestra vida, renunciar al libre albedrío (y a su cuota de error que nos hace humanos) y transferir a la computación la tarea de deliberación es algo real y ya posible. La creatividad y la invención democrática tienen, por tanto, una doble amenaza: la de las salidas rápidas e instantáneas, por parte de la radicalidad, y, también, por quienes —aun con buenas intenciones— quieren entregar el talento (y yerro) humano a la tecnología.

Publicado en: La Vanguardia (26.01.2023)

He pedido, de nuevo, la colaboración de Carla Lucena para realizar la ilustración de este artículo.

Enlaces de interés:
Siete procesos en los que las máquinas pueden ayudar a mejorar el futuro de la comunicación (Yorokobu. Borja Ventura, 24.01.2023)
TikTok y ChatGPT, armas de distracción masiva (CluPad. Carlos Guadián, 24.01.2023)
Caen copos de nieve en Brasilia, dice ChatGPT (Miquel Pellicer. Comunicación Que Importa #48)

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