Todo se reduce a nada. Nada tiene sentido. No hay nada que hacer. Es lo que piensan más de la mitad de los jóvenes entre 16 y 25 años ante la realidad que les toca vivir, marcada por las consecuencias del cambio climático y la falta de esperanza en un futuro mejor, o en la simple idea de que este exista.
A inicios de los años ochenta del siglo pasado, Margaret Thatcher, siendo primera ministra del Reino Unido, hizo famosa la frase: «There Is No Alternative», conocida también como TINA, por su acrónimo en inglés. En aquel momento, Thatcher hacía referencia a la necesidad incuestionable de desarrollar una determinada política económica, como único camino posible. Sin la existencia de otras opciones a considerar y/o debatir.
De la aceptación, el conformismo, la pasividad o el pasotismo frente a una propuesta, a la desidia, la renuncia y la creencia firme (y cada vez más arraigada) de que no existe camino por recorrer. Ese catastrofismo que rodea algunos de los discursos asociados al cambio climático, por ejemplo, y a nuestra incompetencia global para plantear (e implementar) soluciones efectivas globales, contribuye a la idea de que esto se acaba, de que nos estamos destruyendo como sociedad y como especie.
Y, ante ello, ¿cómo plantear alternativas sólidas e ilusionantes? Una encuesta internacional desarrollada en el 2021, y realizada a 10.000 adolescentes y jóvenes en diez países (Australia, Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Finlandia, Francia, India, Nigeria, Portugal y Reino Unido), ya señalaba que el 56% cree que la humanidad está condenada, que el futuro es aterrador, o inexistente.
La creencia de que «no se puede hacer nada» conlleva una descapitalización democrática de las energías renovadoras y reformadoras de la generación sub 30. Cada nueva generación ha hecho avanzar al conjunto de la sociedad con nuevos sueños en forma de derechos por conquistar, objetivos por conseguir… El «sí se puede» no es solo una consigna estimulante. Es la convicción de que el futuro no está determinado, sino por escribir. Cuando nuestros jóvenes dejan de creer en ello, el riesgo democrático del nihilismo político es perturbador y descorazonador. La principal tarea democrática es la construcción de esperanzas posibles. Esa debería ser nuestra prioridad.
Publicado en: La Vanguardia (2.02.2023)
En esta ocasión, he pedido la colaboración de Eduardo Luzzatti para realizar la ilustración de este artículo.