En el reciente viaje a Chile, Mariano Rajoy ha vuelto a demostrar un particular —y peculiar— estilo de comunicación. Le preguntaron cuándo fue la última vez que vio a Luis Bárcenas y respondió que no se acordaba. A la cuestión sobre sus relaciones con la canciller Angela Merkel contestó que todo iba muy bien. Y cuando el presidente Sebastián Piñera le recibió diciendo «le veo mucho mejor de lo que me imaginaba, con buena salud, en buen estado físico», Rajoy respondió con la misma franqueza: «Estamos con sentido del humor, que es la clave para mantenerse en este negocio». Sucedía al día siguiente de que se conocieran los datos de la Encuesta de Población Activa, con casi seis millones de parados y una tasa de paro del 26%. No me extraña la preocupación de Piñera. Lo sorprendente fue la respuesta de Rajoy.
El presidente ha hecho de su personalidad su principal estrategia de comunicación, de la que ha mostrado todos sus registros en este primer año. Una mezcla cuya fórmula precisa todavía desconocemos, pero de la que sí hemos tenido la oportunidad de identificar bien los ingredientes básicos: ironías campechanas, relativismos morales y políticos, silencios frecuentes, ambigüedades evasivas, muletillas socarronas, repeticiones persistentes y elipses imposibles. Ahora sabemos, además, cuál es su toque final: un extraño (e imprudente, dadas las circunstancias actuales) sentido del humor. El secreto del negocio. Tanta provocación se le acabará volviendo en contra como si se tratara de un boomerang.
La crisis económica, institucional y política no deja margen para el chascarrillo simpático. Esto es muy serio. Las escandalosas revelaciones sobre presuntas economías paralelas, sobresueldos no declarados y probable financiación ilegal del PP son un tema muy grave que no podrá resolverse con silencios, evasivas o sentido del humor. Está en juego nuestra maltrecha democracia. La política gobierna sin crédito moral. Perdida la confianza ética, la legitimidad electoral se convierte en usurpación a ojos de la ciudadanía. Esta es la cuestión. Ruda y cruda.
Mariano Rajoy, a pesar de todo, tiene una oportunidad. Quizá la única: demostrar que no ha defraudado a Hacienda. Lo que alimenta la sospecha es la duda. Resolverla con un inusual y edificante ejercicio de transparencia sería la salida más honorable. Y la que necesita el país. Se lo debe a quienes le votaron, y al conjunto de los ciudadanos a los que representa.
Esta decisión, presentar públicamente todas sus declaraciones de renta, es la clave de bóveda. Ese gesto sería decisivo por su ejemplaridad y claridad, y liberaría la presión insostenible que cae sobre la política democrática, abriendo una nueva etapa de acuerdos serios, profundos, de reformas inaplazables sobre el funcionamiento de nuestros partidos e instituciones. No puede quedar duda alguna sobre la honorabilidad del presidente. O las sombras le devorarán. Hacienda somos todos. No puede faltar él.
El deterioro de la política es grave. Pero la amenaza que se cierne sobre nuestra democracia es peor aún. La lista de tareas para «recuperar la credibilidad y la imagen de los políticos» reclamará algo más que el bienintencionado Plan anunciado por la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. La futura Ley de la Transparencia ya no podrá eximir ni a los partidos, ni a la Corona, por ejemplo. Si se persiste en el privilegio de la exclusión, la propuesta será percibida como un insulto insoportable. Se necesita un período reconstituyente de nuestros fundamentos políticos. Un reset inaplazable.
Mariano Rajoy puede tener la tentación de ganar tiempo con el silencio. Así lo ordenó hace unos días a sus correligionarios. Pero es precisamente el silencio lo que está consolidando la sospecha. Callar es huir. Y solo huyen los culpables. Esta es la percepción que se está instalando profundamente en los cimientos de nuestra sociedad.
«Algo huele a podrido…», le decía el fiel guardián del Palacio, Marcelo, a Hamlet y Horacio en la famosa obra de William Shakespeare, La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca. La advertencia del leal soldado era que la principal amenaza al reino no era la exterior, sino la interior. María Dolores de Cospedal dice que «el PP se siente atacado». Pero el ataque es a sí mismo y, con ello, a lo que representa como principal partido del país —y que dirige la mayoría de las instituciones—, si se confirman los temores. Rajoy tiene la palabra. Deseo que la tome y que clarifique todo hasta la extenuación. O el hedor será insoportable.
Publicado en: El País (1.02.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Cherry Laithang para Unsplash
La oportunidad de Rajoy: Publicado en: El País (1.02.2013)(blog ‘Micropolítica‘)
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Antoni Gutiérrez-Rubí » La oportunidad de Rajoy http://t.co/2kXd1mr7
[…] con un delito. Esta estrategia alimenta la antipolítica. Al no esclarecer los hechos, Rajoy comete un grave error que no se compensa con los beneficios del […]
[…] (al otro, a los otros) más que para convencer (a los propios). Hablar para ofrecer un horizonte, un sentido, más que para imponer un criterio y unas […]
[…] lo que realmente interesa a los ciudadanos. Pero si rehúye el debate, añadirá a las supuestas acusaciones de debilidad (ideológica, caracterológica o política) la de la cobardía o la vacuidad. Reafirmar el rumbo es […]
[…] de la moción de censura ha impedido el escapismo. Convertir una obligación (comparecer) en una oportunidad dependerá de la estrategia a seguir: ¿Defensa o ataque? Si ataca puede hacerlo asumiendo dos […]