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Las mejores palabras

Una extraña sensación de orfandad recorre el estado de ánimo de muchas personas. Hay un deterioro extraordinario en la gramática política contemporánea. Estamos huérfanos de palabras. Aquellas que, por quien las pronuncia, por cómo lo hace, por su sentido e intención y por su autoridad moral, nos iluminan y, al mismo tiempo, nos cobijan, nos protegen.

Tres ángulos para la reflexión. El primero es el embrutecimiento formal. El uso de menos palabras variadas y de calidad es una constante. Así como la ausencia real de reflexiones —y menciones oportunas, no simplemente citas de ocasión— de autores actuales y clásicos de la literatura, la historia o la ciencia. Textos peor escritos, discursos menos elaborados, falta de preparación técnica.

El segundo es el desprecio argumental, la renuncia al debate real de las ideas que hace que las críticas ad hominem y los prejuicios ante el adversario sean el grueso de las controversias políticas. Voces concurrentes, pero en diales asíncronos, que impiden al electorado entender el hilo de los debates públicos y sus relaciones causales.

Y el tercero (de una larga lista) es la confusión retórica y documental. El uso intencionado de datos, o el desprecio de estos, así como la tergiversación y deformación de la realidad para reencuadrarla de manera torticera a un determinado marco de análisis, hace que los datos objetivos se transformen en subjetivos sin pudor alguno. Así, la verdad deja de ser un espacio de encuentro, para ser un espacio en disputa con verdades simultáneas.

«Vivimos tiempos de palabras desbocadas y abyectas, desbarradas y ajumadas, huecas, hirientes, troleras, quejicosas, malolientes, justo en la antinomia de las palabras (competentes, juiciosas, combatientes, probas, exigentes, lúcidas, fecundas, resistentes) a las que nos debemos todos si queremos salvaguardar la democracia», escribía Daniel Rico sobre el libro Las mejores palabras. De la libre expresión, del filósofo Daniel Gamper, ganador del Premio Anagrama de Ensayo 2019.

Recuperar la calidad de nuestras palabras públicas es imprescindible para que la política se entienda y, sobre todo, para que tenga sentido de utilidad y de inspiración para la mayoría. Palabras para cambiar el mundo, para soportarlo, para humanizarlo. Más y mejores palabras, por favor.

Publicado en: La Vanguardia (20.04.2023)
En esta ocasión, he pedido la colaboración de Eduardo Luzzatti para realizar la ilustración del artículo.

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