Prometer no es lo mismo que proponer. Una promesa política no es —estrictamente— una propuesta programática convencional. La promesa electoral está siempre ligada a un compromiso adicional del candidato o candidata, busca tener un efecto sorpresa o revulsivo sobre el electorado y ocupar la agenda mediática. La promesa tiene algo de sello personal, intransferible y de categoría moral. Y adquiere solemnidad de obligado cumplimiento al empeñar el propio candidato su palabra.
El término, que procede del latín prōmittĕre (donde pro- significa antes y mittĕre podría traducirse por enviar), anuncia un compromiso previo, expresa la voluntad de hacer algo por alguien en un futuro (que puede ser inmediato) y de hacerlo con determinación, sin faltar a la palabra dada. De ahí su relevancia.
Famosa es la anáfora que usó Adolfo Suárez en 1977, cuando era candidato a la presidencia del Gobierno de España. «Puedo prometer y prometo», dijo durante su discurso electoral del 13 de junio de ese año, en Televisión Española, en el contexto de las elecciones generales que se iban a celebrar. Una frase que conectaba dos ideas: la capacidad de llevar a cabo (puedo prometer) y el compromiso de ponerla en práctica (prometo).
Y, a pesar de que la fórmula utilizada fue objeto de burla y sátira, a posteriori, se consideró un elemento clave en la victoria de la UCD.
Pero, tras las promesas, viene la responsabilidad de cumplir con lo enunciado, de asumir los retos asociados y afrontar las dificultades que puedan surgir a fin de lograr el objetivo marcado. Cuando se rompe ese compromiso ético vinculante entre lo prometido y lo realizado, los electores castigan con severidad.
Es peor romper una promesa que incumplir el programa. En política, la palabra dada, si no vale, o no tiene consecuencias en la acción o en la sanción, destroza la reputación personal, que es el único activo que nunca hay que perder. Solo así se puede recuperar la confianza perdida, ganar credibilidad y ofrecer esperanza.
Lo prometido es deuda, reza el dicho. Y culpa, cuando se incumple. Estos días, en el fragor de las campañas electorales, las candidaturas anuncian propuestas y sus líderes hipotecan su futuro con su palabra. Una promesa es algo más que un contrato. Es un compromiso moral. Y personal.
Publicado en: La Vanguardia (18.05.2023)
He pedido la colaboración de Carla Lucena para realizar la ilustración de este artículo.