El president Artur Mas ha pedido este pasado domingo, en un importante y simbólico acto político, «una mayoría excepcional» para que, así, la fuerza de la democracia y el civismo «no la pueda frenar nadie, ni los tribunales, ni las constituciones, ni todo lo que ponen delante».
No es la primera vez que confronta legalidad (española) con democracia (catalana). Hace unas semanas afirmó que la consulta que dará respuesta al ‘dret a decidir’ «debe producirse en cualquier caso. Si puede ser por la vía del referéndum, mejor. Pero si el Gobierno da la espalda y no lo autoriza, debe hacerse igual». Declaraciones que dichas, además, en sede parlamentaria ofrecían un tono desafiante inequívoco y que han sido el detonante para una agitación mediática y política sin precedentes. Aunque días después matizaba que «si el Estado no nos permite votar, lo intentaremos según la legalidad catalana. Y si no intentaremos buscar el amparo de Europa y de la comunidad internacional».
He estado revisando antecedentes sobre la expresión «mayoría excepcional» y no los he encontrado de manera concluyente. Me parece una calculada expresión. A diferencia de una mayoría clara (victoria nítida), una mayoría absoluta (la mitad más uno), la formulación mayoría excepcional tiene una gran potencia política. Y evita, hábilmente, que la cifra mágica de la mitad más uno se convierta en el único indicador de éxito o fracaso de su apuesta política.
Excepcional sería, por ejemplo, ser la primera formación política, triplicando los escaños a la segunda fuerza, con más de 40 diputados de diferencia. Excepcional sería, también, una victoria de más de dos tercios de los partidos soberanistas. Excepcional sería que CiU sumara más escaños que la suma del segundo, tercero y cuarto partido representados. Excepcional sería ganar las elecciones teniendo su Govern una de las valoraciones más negativas, con el eco y el impacto de los recortes muy visibles y con el apoyo prácticamente constante del PP durante toda la legislatura.
Muchos opinadores y analistas están sorprendidos porque consideran poco estudiado (económicamente), poco fundamentado (jurídicamente) y poco calculado (políticamente) el proceso secesionista que deducen e interpretan del desafío político de Artur Mas. Pero aunque fuera así, y a veces lo parece, el tema central ahora no es a dónde se quiere llegar (y cuándo), sino cómo se quiere empezar un camino que será largo, difícil y muy variable. Este es el tema. Este es el reto del #25N.
Parece que solo Artur Mas ha comprendido que, mientras todo el mundo habla de lo que él no menciona ni escribe en su programa, se trata de acumular músculo político (mayoría parlamentaria y social) y relato político simple y cohesionador para lo que va a ser una larga y compleja nueva fase de las relaciones Catalunya-España.
Artur Mas ha situado la contienda (política) en el terreno (electoral) donde lleva una ventaja incontestable (la comunicación). En el terreno de las marcas políticas y los marcos conceptuales: pacto fiscal, estructuras de estado, derecho a decidir, y… mayoría excepcional. En fin, todo un arsenal simbólico mucho mejor que concierto económico, independencia, referéndum o mayoría absoluta. Hay quien todavía no ha comprendido cuál es el auténtico combate: «¡Es la comunicación, estúpido!», como diría Bill Clinton.
Publicado en: El País (5.11.2012) (blog Micropolítica)
Fotografía: BoliviaInteligente para Unsplash
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[…] no obtenga el liderazgo absoluto para dirigir la nueva etapa de Catalunya. Pero sí que tiene una mayoría “excepcional” y ha visto –con habilidad y oportunidad- el movimiento de placas tectónicas de la sociedad […]
[…] ha fracasado. O que fracasará otra vez, intente lo que intente. Y es cierto, en parte. Quería una mayoría excepcional (situaciones excepcionales, medidas excepcionales, mayorías excepcionales) y el resultado ha sido […]