Este domingo en España se celebran elecciones generales. Una nueva cita con las urnas que marcará el futuro del país en los próximos años y que viene precedida por la noticia destacada en estos comicios (y foco para tratar de polemizar, por parte de algunos) sobre el voto por correo que ha superado los 2.600.000 de solicitudes. Unos comicios que llegan en un contexto de desafección y cansancio, donde los patinazos, las mentiras o las equivocaciones pueden contribuir a alimentar (todavía más) la indiferencia. ¿Votar? Total, ¿para qué?, se preguntan muchos ciudadanos.
«Prometer no empobrece», dice el refrán y, en esa línea, candidatos y candidatas hacen enunciados atractivos tratando de llamar la atención y captar el capital más preciado. Pero una gran parte de la ciudadanía ya no confía en los actos y en las propuestas de estos días. El sentimiento de desilusión viene de lejos y hace aumentar la indecisión y una proclama dirigida al político/a: «Si voto a tu candidatura, no es por ti, ni por lo que esta ofrece. Es para que no ganen otras.»
Una gran parte de la sociedad considera que la política está hoy en día muy desacreditada y con el nivel más bajo de confianza, también las instituciones que la representan. Pero no se puede hacer de la desilusión el único camino por recorrer.
Indiferencia o responsabilidad. Dos opciones de consecuencias muy distintas sobre las que hay que reflexionar. De decidir un voto de castigo, nulo o en blanco, un voto meditado o calculado, un voto de confianza o esperanzado, un voto al «menos malo», o abstenerse… a establecer la distancia como escudo e instalarse en la indiferencia por todo y por todos hay un amplio abanico.
En un contexto en el que la idea del «bien común», de comunidad o sociedad, de un nosotros como ente parece importar cada vez menos, o casi nada, mostrar indiferencia refuerza ese posicionamiento individual. Pero la suma de esas individualidades acaba afectando el presente y el futuro colectivos.
En un día decidimos por cuatro años. El voto tiene consecuencias, más allá de representar nuestras ideas, sentimientos o emociones. El voto —o la abstención— decide, no solo proyecta o muestra. Votar es un momento, pero define una historia. Es un suspiro, pero determina el aliento de la sociedad. Las urnas esperan.
Publicado en: La Vanguardia (20.07.2023)
He pedido la colaboración de Eduardo Luzzatti para realizar la ilustración del artículo.