Publicado en: El País (1.07.2012) (blog ‘Micropolítica‘)
Mariano Rajoy ha decidido viajar a Kiev para asistir a la final de la Eurocopa entre España e Italia. El debate sobre su presencia en el palco de autoridades junto al dictador y presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko (“soy el último dictador de Europa”, le gusta decir provocadoramente), y el saludo diplomático al autoritario anfitrión Víctor Yanukóvich, presidente de Ucrania, no es un tema menor. No se debe olvidar que el Parlamento Europeo se había pronunciado muy críticamente contra el presidente ucraniano por el trato judicial a la encarcelada exjefa de Gobierno, Yulia Timoshenko (incluso había pedido la confiscación de sus bienes en Europa). Varios países anunciaron que no enviarían ningún representante político a la Eurocopa. El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, intentó parar el boicot que ha sido seguido por numerosos países, pero que esta noche se rompe, solemnemente, con la presencia de Rajoy y Monti, presidente de Italia, en Kiev.
Pero el fuego no lo tiene Rajoy solo en el palco. Valencia está ardiendo. Un incendio devastador que calcina una extensión similar a la isla de Ibiza, arrasa y rompe el corazón verde de la Comunidad Valenciana. La desesperación y el llanto se apoderan de los que asisten impotentes a la destrucción de sus bienes materiales e inmateriales. Tiempo habrá para evaluar si las dotaciones presupuestarias en las políticas de prevención y extinción de incendios son las adecuadas o no después de un severo recorte de 15 millones de euros.
Rajoy está en Kiev “por obligación”, ha afirmado. Si su sentido del deber es cuestionable, en relación con los derechos humanos, el de la oportunidad es -seguro- muy desafortunado. Mientras se alboroza como un aficionado más en el palco-grada, millares de compatriotas se juegan la vida para hacer frente a unas llamas que no tienen piedad ni parecen conocer sus límites. Mientras canta «¡gol!», los valencianos gritan «¡fuego!». La imagen y el contraste no pueden dejar a nadie indiferente. Y si el cálculo lleva a Rajoy a escoger lo que más le conviene es que no entiende cuál es su obligación.
Gerhard Schröder, elegido canciller de Alemania en 1998, se enfrentó a su reelección en 2002 con un panorama hostil. Todas las encuestas apuntaban a una clara derrota del SPD en las inminentes elecciones generales. Sin embargo, la habilidad de Schröder en los debates televisados frente al candidato de la coalición conservadora Edmund Stoiber (CDU y CSU) y, sobre todo, su rápida respuesta a la crisis, provocada por las graves inundaciones sufridas en Alemania durante ese verano, le permitieron volver a ocupar la cancillería con un gobierno de izquierdas junto al grupo Alianza 90/Los Verdes. Schröder hizo lo que debía y lo que le convenía.
Y, este mismo viernes, el presidente estadounidense, Barack Obama visitó los restos de un vasto incendio en Colorado que hasta ese momento había causado dos muertos, destruyendo cerca de 350 casas y obligando a evacuar a 36.000 personas. Obama aprendió algo de la tragedia del Katrina: que los ciudadanos quieren soluciones gubernamentales y compromisos personales, al mismo tiempo; que el Presidente representa al Gobierno, sí, pero, también, la altura moral de una sociedad cuando se enfrenta a una tragedia.
Un presidente no apaga incendios pero da tranquilidad y puede mostrar sensibilidad y solidaridad a quienes más lo necesitan. Gobernar no es solo tomar decisiones. Es estar al lado de las personas, y más cuando sufren desgarradoramente. Su disponibilidad y proximidad para estar al lado de los afectados o de los que se juegan sus vidas para evitar daños irreparables no es un tema menor. Se trata de algo más que una obligación. O se hace porque se quiere, porque se siente… o mejor no hacerlo porque las circunstancias obliguen. Se trata de una convicción moral, no de una obligación política. Ahí está la diferencia.
El fuego del fútbol se apaga o se alimenta con las victorias y las derrotas. Pero el fuego de la política se aviva y te quema cuando la insensibilidad humana y personal le convierte a uno en un pirómano de la hoguera del descrédito y la confianza política. Estas cenizas pueden llegar de Valencia a Kiev. De la angustia al desamparo. Eso es lo que está en juego. Mucho más que un gol, aunque sea el de la victoria.
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