Publicado en: El País (21.06.2012) (blog ‘Micropolítica‘)
Estamos tocando fondo. La progresión es preocupante. E inquietante. La decisión unilateral de Mariano Rajoy de cancelar durante todo el 2012 el Debate del Estado de la Nación adquiere una especial gravedad en el contexto actual, y sube un grado negativo más en la evolución alérgica y recelosa del Presidente hacia la comunicación política.
Durante la pasada campaña electoral Rajoy casi nunca permitió preguntas de los periodistas. Una práctica compartida también por otras fuerzas políticas y que, durante la legislatura anterior, alcanzó su cénit en las elecciones del #20N. Esta deriva irrespetuosa hacia el derecho a la información ha sido respondida por los periodistas, sus empresas y las asociaciones profesionales de manera contundente. El pasado 17 de junio, la Federación Europea de Periodistas (FEP) aprobó por unanimidad una moción contra las ruedas de prensa sin preguntas, a instancias de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE). El manifiesto #sinpreguntasnocobertura de mediados de 2011 fue el nexo de unión entre los profesionales y la ciudadanía, y representó una respuesta cívica con fuerte repercusión en las redes sociales.
Ya en el gobierno, Rajoy ha practicado más el silencio que la palabra, junto a una no despreciable dosis de pereza y fastidio hacia lo que cree que es una pérdida de tiempo frente a su auténtica responsabilidad, que es tomar medidas. Cada viernes. No ha comprendido que gobernar es comunicar. Sus 100 primeros días de Gobierno han sido cicateros y esquivos en términos de comunicación política. Y los siguientes han mostrado que el Gobierno, si tenía una estrategia de comunicación, no era una estrategia de crisis y para la crisis. Una mezcla de enfoque estratégico defensivo, disfunciones organizativas, errores de bulto y una cautelar gestión del capital político han escondido a Rajoy más que exponerlo. El resultado ha sido un deterioro de su imagen y una sensación de desorientación en un momento clave de la credibilidad de España.
Pero no hay rectificación. Sus estrategas le animan a mantener el desafío, apoyados por encuestas y cálculos que confirmarían que el desgaste no es tan crítico y, lo más relevante, que no se transfiere en forma de oportunidad de voto para la oposición. Cuando las estadísticas y las encuestas sustituyen al sentido común y la intuición, la política pierde su autonomía y criterio frente a los muñidores de votos.
En este contexto, el órdago de cancelar el Debate del Estado de la Nación sería un arriesgado paso de consecuencias imprevisibles más allá de las reacciones que provoque tal despropósito. Estas serían, a mi juicio, las claves que explicarían por qué esta decisión, precedida por los antecedentes expuestos, entraña graves riesgos para la calidad de nuestra democracia. Con ella alimenta la deriva de descrédito a la política, muy extendida en la sociedad española.
1. Alimentar el personalismo. Rajoy quiere demostrar que puede hacerlo y que el coste es bajo, en términos demoscópicos. Confunde autoridad con liderazgo. Cree que tiene una misión que ha transformado en cruzada. Es el culto al poder de quien pose una mayoría absoluta. Una decisión que desprecia al Parlamento y rebaja la calidad de nuestra democracia y el equilibrio de poderes. El débil argumento de que existe un precedente, en 1990, es casi provocador. Ni aquel momento ni este guardan relación ni comparación. Y no hay duda alguna de que la gravedad de la situación actual impide la coartada.
2. Alimentar el populismo. Rajoy sabe muy bien que esta crisis socava la confianza de los ciudadanos en la política y las instituciones. Sabe, perfectamente, que no habrá movilizaciones en la calle -más allá de algunas nobles escaramuzas digitales-, que nadie exigirá el Debate como parte de un proceso de búsqueda de soluciones. Rajoy alimenta no solo la política líquida, sino la disolución de la política. Con esta medida crecerán las voces de los que creen que sobran administraciones, políticos e instituciones. Con su decisión alimenta el pensamiento extremo. Y una vez la fiera sale de la jaula, puede comerse hasta al domador.
3. Alimentar el pensamiento débil. El mensaje que se lanza es que: a) el Debate, como formato, no sirve para luchar contra la crisis y enfrentar los retos que tenemos; y b) que el Parlamento (los partidos y sus representantes) no tienen soluciones, solo palabras. El choque escénico entre gestión gubernamental y política parlamentaria no garantiza el éxito de la primera y degrada la segunda. Rajoy ha cometido un grave error, aunque “le salgan las encuestas” y le satisfaga ver cómo el resto de partidos se excitan y se rasgan las vestiduras. Incluso le dirán que les ha salido una “jugada perfecta”. Máximo beneficio, mínimo coste.
Pero no. Ha plantado una semilla incierta que veremos qué produce. Rajoy practica los recortes también en comunicación: sin preguntas, sin ruedas de prensa y ahora sin el Debate, tan latoso y tan inútil, pensará. Pero quien recorta calidad democrática puede socavar su suelo. Bastante quebradizo está ya todo como para que, además, el mismísimo Presidente tire piedras a su tejado, que es el nuestro.
Rajoy, con esta decisión, gana tiempo, se impone y sigue. No hay nada peor que la fe ciega: dejas de pensar y, con ello, dejas de reaccionar. Justo lo que más necesita.
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"en el gobierno, Rajoy ha practicado más el silencio que la palabra" por @antonigr http://t.co/pWV1anUj
En mi opinión, gobernar es decidir de manera consciente, con base, para después comunicar esas decisiones. En este caso, me temo que poco hay de lo uno y menos de lo segundo, como apuntas.
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[…] y muy preparada por el Presidente y su equipo. Nada que ver con otros episodios de improvisación u omisión. El storytelling de Rajoy ha creado, durante los primeros 35 minutos de monólogo iniciales, un […]
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