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El suplicio de la comunicación

Publicado en: El País (20.06.2012) (blog ‘Micropolítica‘)

La política de comunicación del Gobierno ha dejado de ser una oportunidad para el Ejecutivo. Es un suplicio permanente. El desdén y el exceso de superioridad de los primeros días dieron paso al desconcierto y a los errores, aterrizando en el agobio y la desorientación. La comunicación política se ha convertido en un pantano fangoso. Rajoy ha conseguido la ecuación dramática: si habla, no convence; y si calla, se hunde. Y con él, la confianza de España.

Las claves que explicarían esta situación son múltiples, pero -a mi juicio- cinco son los desajustes que nos abocan a esta parálisis comunicativa que refleja otro tipo de bloqueo: el estratégico. Cuando no se sabe a dónde se va es difícil encontrar el camino. Y el paso adecuado.

1. Falta de relato. La crisis a la que nos enfrentamos obliga a grandes esfuerzos pedagógicos y a actitudes ejemplares. Palabras para explicar, palabras para escuchar, palabras para dialogar. No hay una historia creíble que contar. La pobreza argumental y retórica es un síntoma de la confusión. En lugar de relato, el Gobierno nos ofrece una sucesión de noticias, contradicciones y ruidos cacofónicos. Cada viernes. No hay conexión ni continuidad. Las colisiones son múltiples.

2. Falta de coordinación. El culto al silencio, como fuente de legitimidad y de poder, ha estallado en plena crisis. Los tiempos de Rajoy (sus lentas digestiones sobre lo que hay que hacer y quién debe hacerlo) y sus reacciones desacompasadas y desajustadas ofrecen una imagen de evidente falta de coordinación. ¿Quién manda? No parece que nadie sepa qué decir, cuándo y por qué…salvo De Guindos que, con su estilo de hombre de negro, representa lo más serio, políglota y viajado del Gobierno de Rajoy.

3. Falta de credibilidad. En situaciones de crisis, las palabras pueden apagar las llamas o provocarlas. Bajar la tensión o subirla. Mariano Rajoy parece que no percibe, con claridad, que no necesitamos solo franqueza campechana y un estilo muy personal sino eficacia y profesionalidad. En todo. En lo que decimos y en cómo lo decimos. No estamos jugando al mus. No se trata de ser como somos…, sino de cómo debemos ser en los momentos críticos.

4. Falta de operatividad (y autoridad). Parece evidente que las decisiones que se tomaron en el organigrama del Gobierno, en relación con la comunicación, quizás no están siendo suficientemente efectivas. Un exceso de autoconfianza y un desprecio hacia las lógicas de la comunicación de crisis (que tiene conceptos y puntos muy particulares) han provocado el colapso. Rajoy ha quemado sus fusibles comunicativos. Ya solo queda él.  El famoso (y dramático) “¡Pregúntenme a mí!” es una declaración desesperada que reconoce la falta de control y una angustia impropia de un presidente.

5. La falta de iniciativa. Las fugas informativas y la improvisación (propia o forzada) han dejado al Gobierno sin un elemento clave en cualquier estrategia comunicativa: la  iniciativa creativa, la anticipación, el primer golpe. Cada rueda de prensa es a la defensiva. Y se achican mal los balones. Ya lo dijo la Vicepresidenta hace unos días: «Hay cosas que no se pueden responder tipo test, con un sí o no». Y así, sin respuestas claras, las dudas y las angustias aumentan. El sudor, cada vez más perceptible en la frente de nuestros portavoces, es un síntoma fisiológico de inseguridad y preocupación.

Deseo, sinceramente, que al Presidente le vayan bien las cosas. Su acierto es parte de nuestro futuro. Pero Rajoy debe asumir, con humildad, que la situación requiere más equipos, más apoyos y más concertaciones. La situación no está para hacerse el interesante ni el soberbio, ni para pedir fe, sino para dar respuestas y ofrecer soluciones. Y Rajoy está dejando muchas preguntas sin respuesta (las que le formulan y las que flotan en el ambiente). O las atiende urgentemente o, en vez de cuestiones pendientes, se convierten en acusaciones.

Rajoy parece que no quiere arriesgar, que no va a cambiar de estrategia de comunicación, sea decidida o improvisada, como da la sensación en muchas ocasiones. Está convencido de que la proximidad electoral (con el resultado de mayoría absoluta) y la etiqueta de culpabilidad de la que el gobierno anterior no ha podido desprenderse le dan un cierto margen para mantener la distancia silenciosa. Las encuestas demuestran, además, que su desgaste no es tan grave, que la oposición, inexplicablemente, no capitaliza ni sus errores ni sus jirones comunicativos. Y su asesor de cabecera le asegura que la mejor manera de avanzar -cuando todo es tan volátil y frágil- es no moverse y resistir, convencidos de que no hay mal que cien años dure y que los brotes verdes llegarán, aunque sea después de varias cosechas perdidas.

Pero, aunque su estrategia le diera réditos políticos por incomparecencia o falta de credibilidad de los adversarios, lo cierto es que está perdiendo crédito. Rédito y crédito son inseparables. No habrá beneficio político si no aumenta la credibilidad de la política y de su liderazgo. Rajoy, que siempre ha sabido esperar y aguantar, será fiel a su estilo. Pero no hay una sola razón para pensar que, ahora y aquí, lo que siempre le funcionó sea suficiente para hacer frente a este tsunami político con forma económica de prima de riesgo y tipo de interés, y que tiene un transfondo moral y colectivo mucho más exigente que un mero pago. Se trata de cambios muy de fondo que deberemos asumir y para los que se reclama liderazgo y ejemplaridad. Rajoy tiene las propiedades del buen corcho, pero necesitamos un timón. Se trata de navegar, no de flotar.

Artículos de interés:
¿La derecha sabe gestionar la economía y la izquierda es manirrota e informal? (ElConfidencial.com, 20.06.2012)

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35 COMENTARIOS

  1. Está pecando de orgullo y autocomplacencia. Ese perfil bajo y el aguante le sirvieron para ganar las elecciones (en el país de los ciegos…) pero no creo que sea válido para ahora mismo. Pero como le funcionó, hace más de lo mismo. Aunque la situación no sea la misma. Y su asesor de comunicación posiblemente está en esa misma «folie à deux»…

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