La claridad de la exposición es la claridad de la idea. Y la política formal parece, cuando menos, bastante nublada. Una de las críticas más incuestionables en la opinión pública es que nuestros representantes no hablan claro (el debate sobre el uso de la palabra “rescate” sería el último episodio), que casi siempre hablan entre ellos, de sus temas y en sus medios. La ruptura en la confianza política se alimenta, entre otras razones, con la ofuscación y confusión con que las palabras políticas intentan trasladar ideas políticas. Y no parece que lo consigan con la eficacia con la que los retos nos obligan. Si no se sabe explicar es que, quizás, no se sabe hacia dónde se va. Y si, además, no se habla, el silencio se convierte en desazón, no en razón.
Es más fácil comprender determinadas decisiones, por muy duras que resulten para la ciudadanía, si se conoce cuál es el camino, el final o el objetivo. La dificultad para comprender y, menos aún, participar en cada una de esas decisiones se incrementa cuando estas -además- parecen contradictorias. El enfoque es lineal. Y, aún peor, parece improvisado.
La política formal se muestra incapaz de adaptarse a las nuevas metodologías de pensamiento e impotente para conectar con la ciudadanía de una forma empática. El pensamiento político parece sumido en una parálisis evidente. Los cambios que se están produciendo en nuestro entorno son tan rápidos que requieren de una inmensa capacidad para adaptarse y reinterpretar la realidad. La política, en cambio, se mueve cada vez más en un itinerario lineal, previsible y redundante. El discurso político actual es de PowerPoint. Pantalla a pantalla se enlazan ideas o decisiones que no siempre guardan sentido entre ellas. En el mejor de los casos encontramos un discurso de Prezi. Podemos visualizar ideas concretas, tenemos la capacidad para alejarnos y verlas desde una perspectiva más amplia, pero el recorrido sigue siendo lineal.
Ante este escenario, las posibilidades que ofrecen los mapas mentales aún están por descubrir. No solo como instrumento, sino como parte de una nueva manera de pensar, mirar, explorar ideas o fórmulas alternativas y de explicarlas de una manera diferente más próxima y empática.
Los mapas mentales ayudan a organizar el pensamiento político y estimulan la creatividad encontrando soluciones, enfoques y respuestas diferentes. A veces no solo es cuestión de tener buenas ideas. Es importante aprender a organizarlas para obtener respuestas adecuadas. A su vez pueden contribuir a facilitar que esas ideas, propuestas o acciones sean comprensibles y creíbles en un marco global. Se trata de explorar más allá de lo previsible, acercarse a lo que no es tan próximo pero sí viable, y conquistar espacios aparentemente lejanos.
David Allen, en su libro Getting Things Done (GTD), presenta las claves para entender la metodología de los mapas mentales. La psicología GTD establece una organización de la información útil que permite completar tareas y evitar los bloqueos mentales. Para ello, resulta tremendamente eficiente tejer un mapa mental, que no se rige únicamente por prioridades sino a través del recorrido de las ideas para que estas sean comprensibles. Es decir, no se trata solo de ayudar a organizar sino, también, de fomentar la creatividad.
Los mapas mentales surgen en el siglo XX y tienen en Tony Buzan uno de sus principales impulsores. Según Buzan, “un mapa mental es la forma más sencilla de gestionar el flujo de información entre tu cerebro y el exterior, porque es el instrumento más eficaz y creativo para tomar notas y planificar tus pensamientos”.
Los mapas mentales utilizan el cerebro tal y como fue diseñado permitiendo sacar el máximo provecho de las capacidades de la mente. Nuestro cerebro no trabaja de forma lineal o secuencial como un ordenador, sino de forma multilateral, como los radios de una rueda de bicicleta. Este esquema debería ser adoptado también para el pensamiento y la comunicación políticos.
Se trata de generar nuevas miradas, de sumar, de abrir caminos; de estimular la creatividad, explorar el posible adyacente -más allá del recorrido lineal de las ideas o propuestas-, superar la barrera de lo previsible, generar nuevas ideas que conectan, relacionan y expanden la información dando margen a la innovación y a las soluciones disruptivas.
Actualmente, además, en la era de la información, la sobrecarga de datos provoca confusión, estrés o desinterés en la ciudadanía. Es imprescindible mejorar la forma de organizar y comunicar las decisiones políticas. Para comprender el trazado sobre el cual se toman las decisiones, el mapa puede ser fundamental.
El uso de imágenes y de diferentes herramientas de visualización permite representar la información de forma más sencilla, espontánea y creativa con el objeto de que sea fácilmente asimilada y recordada por el cerebro. No se trata solo de una valiosa herramienta de organización del pensamiento, sino que, a su vez, permite una aproximación pedagógica a las decisiones. Más allá de propuestas y acciones lineales, con mensajes dogmáticos, los mapas mentales ayudan a explicar proyectos globales.
Los mapas mentales se están empezando a utilizar ya, aunque todavía de manera incipiente, en diferentes ámbitos de la vida política: desde la redacción y presentación de argumentarios, a la dirección de reuniones o equipos de campaña, la preparación de discursos, debates e intervenciones públicas, etc. Mostrar cuál es el proyecto político o comparar programas electorales, como en este mapa mental de McCain vs. Obama, son solo algunos ejemplos de un abanico inmenso de posibilidades.
Esta crisis financiera, económica y política que nos atrapa está empobreciendo, también, la calidad de nuestro pensamiento y los procesos con los que exploramos soluciones técnicas y relatos políticos. El bloqueo es evidente. Necesitamos más pensamiento visual para ver mejor la cartografía de los retos y la geografía social. Sin mapas no se va a ninguna parte. Perdidos o dando vueltas sobre círculos invisibles podemos perder el último bastión de la política democrática: saber a dónde se va.
Recuerdo que, una vez, Rajoy dijo que no reconocía ni sus propias notas: «¿Medidas para crear empleo? Lo he escrito aquí y no entiendo mi letra«, balbuceó para contestar la pregunta de una espectadora en un programa de televisión. Los garabatos ilegibles reflejaban algo más que rapidez o precipitación. Eran el síntoma de una manera de pensar: lineal y textual. Necesitamos otro pensamiento, creativo y visual, para otra política. Si queremos nuevas soluciones, quizás hay que empezar a “dibujarlas” para comprenderlas y explicarlas mejor. Tarea pendiente. Otra más.
Publicado en: El País (18.06.2012) (blog ‘Micropolítica‘)
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