Este artículo forma parte de la serie de contenidos del espacio ELECCIONES USA 2024, donde irán escribiendo distintas firmas invitadas.
En 2016, en Estados Unidos, y en 2017, en el Reino Unido, emergieron dos líderes de izquierda que compartían una marcada afinidad: una defensa de políticas progresistas que se situaban más a la izquierda que las tradicionalmente asociadas con la socialdemocracia. Tanto Bernie Sanders como Jeremy Corbyn desafiaron las corrientes políticas establecidas, distanciándose del tradicional posicionamiento moderado de sus respectivos partidos, el demócrata estadounidense y el Labor Party británico.
Además, ambos líderes se asemejaban en el modo en que eran apoyados por grupos de jóvenes. Por ejemplo, Corbyn tenía un 63% de apoyo entre los votantes de entre 18 y 29 años, y era el político británico con más followers en las redes sociales (Peytibi, 2019). Corbyn, al igual que Sanders, era todo un fenómeno fan. En 2018 también apareció el fenómeno Ocasio Cortez.
En este contexto, en 2019, Bhaskar Sunkara, director de la revista estadounidense Jacobin, presentaba El Manifiesto Socialista, que quería mostrar cómo alcanzar el socialismo a corto plazo, y que se aprovechaba de la ola «socialista» impulsada por Sanders y Corbyn. Para el autor, es importante ocupar el poder para hacer cambios, lejos de la retórica revolucionaria del comunismo, por lo que propone relanzar el socialismo en clave democrática, con políticas redistributivas, capacidad de organización desde abajo y confrontación inteligente —y tenaz— con las élites. El objetivo final no es una planificación al estilo soviético, sino ganar cada vez más derechos en atención sanitaria, educación y vivienda, y hacerlo paso a paso.
Esa opción propuesta por Sunkara para la izquierda de Estados Unidos es más progresista que la socialdemocracia tradicional. Tal vez no en las formas, que son presentarse a elecciones y obtener el poder para hacer cambios (como ya hizo —y cita Sunkara— León Blum en la Francia de 1936, logrando jornadas de 40 horas semanales, subida de salarios, derecho a la libertad sindical o vacaciones pagadas), sino en las propuestas que, vistas desde la óptica estadounidense, son radicales (aunque en Europa son políticas ya implementadas plenamente hace años, como la sanidad pública universal, la educación superior gratuita, derechos laborales o permiso de maternidad y paternidad, entre otros ejemplos).
Sin embargo, este «socialismo» no fraguó y no se consiguió el poder. Sanders no logró la nominación demócrata en 2016 (y mucho menos en 2020). No solo eso: pese a que desde el punto de vista europeo esas propuestas de izquierda serían consideradas normales, en Estados Unidos son tildadas de radicales y se citan como sinónimo las palabras socialismo y comunismo. De hecho, Donald Trump no suele nunca citar al partido demócrata por su nombre, sino que siempre lo acompaña con algún epíteto: «the radical democrats», «the left radicals», «the radical socialist democrats»… es raro no encontrar alguna palabra que no acompañe siempre a la palabra «demócrata» en los labios de Trump, o en sus mensajes en redes.
La palabra socialismo, incluso socialdemocracia, implica inmediatamente algo peyorativo, ya no solo en el imaginario republicano, sino incluso en las ideas del Partido Demócrata, que nunca usa esa palabra por miedo a que votantes indecisos e independientes lo malentiendan como un giro demasiado progresista a las propuestas.
Por supuesto, no es algo nuevo, sino que ya desde los años cincuenta del siglo XX, con la Guerra Fría y la lucha contra el comunismo, se forjó una intensa propaganda anticomunista que asociaba el socialismo con una amenaza directa a los valores democráticos estadounidenses. La «Caza de Brujas» liderada por McCarthy en la década de 1950 agravó esta percepción al vincular el socialismo con la traición y la subversión, llevando a la marginación de aquellos con simpatías socialistas en la esfera pública. Además, el escepticismo histórico hacia la intervención gubernamental en la economía ha llevado a que el socialismo sea rechazado por aquellos que defienden la autonomía del individuo. Estas complejas dinámicas históricas y culturales han moldeado la percepción negativa del socialismo en el discurso público estadounidense. Pero, pese a no ser algo nuevo, con la polarización observada en los últimos años, cualquier político de izquierdas, incluso de centroizquierda, es «acusado» de socialista.
Hoy en día, el problema para los demócratas estriba en que, propongan lo que propongan, por muy nimias o incluso parecidas a propuestas republicanas moderadas hagan, sus adversarios y las personas más politizadas del lado republicano les acusan de socialistas. En este contexto, pues, la idea de Sunkara de un socialismo que llega al poder para cambiar las cosas queda como una utopía a largo plazo. Así pues, esta manera de pensar se conforma por ahora en ir colocando congresistas o senadores/as.
En 2022, Socialistas Democráticos de América (DSA), donde Sunkara es vicepresidente, cumplió su 30º cumpleaños, y es testigo del mayor boom de la ideología socialista en Estados Unidos en un siglo, con cerca de 100.000 miembros y con cuatro congresistas en Washington. Su mayor problema sigue siendo su papel en el partido demócrata y, sobre todo, su nombre, proscrito en el imaginario político estadounidense.
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Fotografía: Serj Sakharovskiy para Unsplash
Mancha el nombre de alguien, es el mejor camino para iniciar su destrucción. Recuerda las epopeyas griegas hacían lo contrario, a los héroes les asociaban un epíteto que lo impulsaba. ¿Cabe la posibilidad de asociar a los partidos progresistas este tipo de epítetos para cambiar la tendencia?