El poder ya no es lo que era. Ya lo advirtió Moisés Naím en El fin del poder (2013). El poder está cambiando de manos y de forma, y ahora es «más fácil de obtener, más difícil de usar, y mucho más fácil de perder». Esto no significa que las grandes e históricas estructuras políticas, empresariales e ideológicas hayan perdido todo su poder, pero sí que se han tenido que acostumbrar a convivir —y a competir— con un sinfín de «micropoderes».
Estos nuevos actores, conectados y empoderados por la tecnología, desafían las hegemonías y provocan cambios inesperados. La empresa de semiconductores Nvidia, de la que poco sabíamos el año pasado, acaba de convertirse en la empresa más valiosa del mundo, superando incluso a Microsoft y a Apple. Y en política, tal como observaba el politólogo Gerardo Scherlis, de las últimas 15 elecciones presidenciales en América Latina, 11 las ganaron partidos que se crearon después de 2010. De más está decir que La Libertad Avanza es uno de ellos.
En el libro New Power: how anyone can persuade, mobilize and succeed in our chaotic, connected age (2018), otro imprescindible para comprender la nueva dinámica del poder, se suman los ejemplos del movimiento #MeToo, del Black Lives Matter e incluso las estrategias de persuasión y reclutamiento del grupo terrorista Dáesh. Todos estos casos muestran que el «nuevo poder» es abierto, descentralizado, participativo y colaborativo.
Los autores del libro, Henry Timms y Jeremy Heimans —que también tienen una conferencia sobre el tema— sugieren que hay organizaciones que, aunque funcionan con algunos de los parámetros del «nuevo poder», se rigen por valores antiguos. Es el caso de Facebook, por ejemplo, que mantiene un control vertical y centralizado. O Donald Trump, que, aunque se sirva de nuevas herramientas para la creación de una comunidad, conserva un estilo de liderazgo clásico y autoritario. No basta con proclamarse lo nuevo para serlo.
El propio Moisés Naím, en un libro posterior titulado La revancha de los poderosos (2022), ubica a Donald Trump entre los «líderes 3P», que son aquellos que buscan controlar y retener el poder aplicando el populismo, la polarización y la posverdad.
En las nuevas derechas de todo el mundo coexisten algunas formas y praxis del «nuevo poder» con culturas organizacionales más tradicionales. Por ejemplo, por lo general hay redes distribuidas de creadores de contenidos, pero la gobernanza sigue siendo jerárquica y el proceso de toma de decisiones sigue estando muy centralizado. Su apuesta por el caos y por una destrucción creativa que rompa con el statu quo no conlleva siempre una transformación radical de las maneras de hacer política.
La retórica anti-establishment —en Argentina: contra la(s) casta(s)— ubica a estas expresiones en las antípodas de los poderes clásicos y hasta hace poco hegemónicos, pero finalmente se acaban pareciendo más de lo que les gustaría. Son las paradojas de la nueva política, que no siempre es nuevo poder.
Publicado en: Clarín (9.07.2024)
Fotografía: Artem Beliaikin para Unsplash