Publicado el 18.11.2011
Cuando faltan muy pocos días para las elecciones del 20N, en el ambiente se detectan sensaciones que marcan el tono electoral de la ciudadanía y que actúan como si de una densa atmósfera se tratara. Una mezcla viscosa y difusa de hechos, sentimientos y marcos mentales que sitúan el resultado electoral como previsible, el nuevo gobierno como irrelevante y la política como causa de la irritación o la indeferencia social. Los problemas y los retos urgentes queman pero las elecciones se sienten como frías e intrascendentes.
Resultado inevitable. La persistencia, durante meses (consolidada y aumentada en las últimas semanas), de los datos demoscópicos y los análisis que afirman (confiman) que la victoria del PP será rotunda e inapelable está dejando una huella definitiva en la campaña electoral. Huella que se asemeja a los raíles inexorables de un tren con destino y parada única: no hay nada que pueda impedir el previsible resultado. La última incógnita, sobre si el esperado debate podía hacer descarrilar el tren del PP, se ha evaporado con las recientes encuestas publicadas el pasado domingo.
La sensación de resultado inevitable -amplificada permanentemente por opinadores y expertos- es tan abrumadora que parece que todo el debate gira alrededor de una supuesta porra colectiva. Los números de los escaños de diferencia, el reparto de los restantes, y las otras batallas electorales, están sustituyendo la discusión sobre los problemas y las soluciones por el de las apuestas. La política ausente se ve superada por la especulación aritmética. El clima es tan frío y calculador que casi avergüenza en contraste con la magnitud de los problemas y los retos que tenemos por delante.
En este contexto -en el que parece que la suerte está decidida y que ni el voto puede alterarla- la campaña política se agota aceleradamente. Pareciera que a estas elecciones les ha sobrado estos 15 días y que, después del debate entre Rajoy y Rubalcaba, nada puede alterar el destino de ambos.
Gobierno irrelevante. La campaña electoral ha coincidido con dos casos extraordinariamente importantes: las dimisiones de los Presidentes de Grecia y de Italia, de sus respectivos gobiernos, y el relevo por equipos de corte técnico y solvencia profesional. La política ya no se confía a los políticos. La constatación de las limitaciones de la política formal para dirigir, regular, interpretar y representar los temas públicos ha quedado a la vista con toda su crudeza en estas dos crisis gubernamentales. La política, incapaz de responder a sus propios desafíos, cede el mando y el timón a los contables.
Se ha instalado que gane quien gane no va a mandar. Que los gobiernos nacionales tienen muy poco margen y que se limitarán a practicar políticas que no han pensado, decidido o programado. Una función notarial y meramente ejecutoria que reduciría la política a la autonomía de un capataz. Y lo que podría verse como un paso hacia delante, en la imprescindible integración de políticas en el marco europeo -con el consiguiente trasvase de soberanía a ámbitos de mayor tamaño, peso y fortaleza- se percibe, y se siente, como una usurpación de funciones y renuncias nacionales. Tanto tiempo pidiendo más Europa y, cuando parece que llega, el vértigo y el pánico nos atenazan. Más Europa son beneficios (como por ejemplo haber gozado de 20 años seguidos de fondos europeos que han significado casi un 2% de nuestro PIB), pero también compromisos que hay que cumplir.
Política indiferente. O irritante. Estas elecciones llegan seis meses después del 15M. La indignación ha cuajado. Y es global. Desde Wall Street a las capitales europeas. El tiempo transcurrido no ha debilitado ni la legitimidad, ni la solidaridad, ni la credibilidad de las propuestas alternativas que el movimiento indignado ha conseguido poner sobre la mesa. Las encuestas de opinión siguen otorgando un altísimo vínculo emocional y actitudinal de la ciudadanía con la rebeldía. La política formal pensaba que el 15M tenía fuerza en la calle y en las plazas y que, una vez finalizadas las acampadas y las marchas, todo volvería “a su cauce”. No han comprendido que las plazas son el reflejo de las redes. Y lo que se ve es solo la punta del iceberg.
El abanico de opciones argumentadas y compartidas para hacer del voto nulo, blanco, selectivo o abstencionista una alternativa para los que aspiran a una “Democracia Real Ya” son sólidas y están construyendo lazos muy fuertes en la Red que reflejan una capacidad operativa, teórica y práctica muy notable. La política formal genera, a la vez, indiferencia e irritación. Pero la gente ya está organizada y se siente autónoma y capaz.
El nuevo Gobierno tendrá la legitimidad de las urnas y, previsiblemente, una capacidad de maniobra histórica dada su mayoría parlamentaria. Pero la Red hierve. Nelson Mandela repetía un dicho popular sudafricano que es muy pertinente en esta situación: “Cuando el agua hierve, de nada sirve apagar el fuego”. La sociedad está caliente y la política deja fría a la mayoría. El choque será convulso y sin tregua.
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