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La política de la esperanza como solución

Mucho se habla de la crisis de la democracia. Una encuesta global del Pew Research mostraba que el problema no es la idea misma de la democracia, sino su funcionamiento. El 74% cree que a los dirigentes no les importa lo que piensan las personas, el 42% considera que los partidos no representan sus opiniones y el 60% está insatisfecho con cómo funciona en su país. No es la democracia, sino su democracia lo que insatisface. Hay otros estudios, como el barómetro de Open Society que, adicionalmente, advierten sobre un preocupante aumento de la indiferencia respecto al régimen de gobierno o incluso de la preferencia por uno de tipo autoritario.

Las causas de esta «recesión democrática», en palabras de Larry Diamond, son muchas y variadas. Una de ellas es la creciente desigualdad, como afirma la filósofa Erica Benner. Pero, en el fondo, es la sensación de que la política no consigue resolver los problemas de la ciudadanía ni tampoco ilusionar con un futuro esperanzador.

Sucede que la política democrática no gestiona bien los tiempos. Se demora mucho, acostumbra a llegar tarde y, generalmente, opta por los caminos más largos que son, en parte, inevitables en una democracia con contrapesos y balances. La democracia requiere tiempo, que la ciudadanía no tiene o no está dispuesta a conceder.  Por ello, los «atajos autoritarios» que describe Anne Applebaum se vuelven tan atractivos y persuasivos.

En este contexto de impaciencia, malestar y desafección, los discursos que promueven las divisiones, la ira e incluso la nostalgia son realmente efectivos. O al menos lo fueron durante muchos años. Ahora pareciera que están mostrando algunas señales de agotamiento y desgaste, como vimos en Reino Unido, Francia y quizá lo veamos en Estados Unidos. Es tiempo, quizás, de líderes moderados, prudentes y reflexivos.

Mucho se habla de la crisis de la democracia, pero poco de cómo salir de ella. En Manifiesto por una democracia radical, Jordi Sevilla hace un llamado a dejar atrás los incentivos electorales de la polarización para alcanzar acuerdos transversales que nos permitan afrontar los grandes desafíos. Hay más opciones: en la mencionada encuesta del Pew Research, las personas consultadas mencionaron que la democracia funcionaría mejor si hubiera, en la clase política, más personas de sectores económicos bajos, más jóvenes y más mujeres.

En todo caso, hay que recuperar la confianza en la política como herramienta para solucionar problemas y generar esperanza en un futuro mejor. No son tareas sencillas. La primera requiere mostrar, con experiencias y resultados, que la política sí puede generar soluciones y provocar cambios en la vida concreta de las personas. La segunda supone despertar y gestionar emociones positivas, como en su día hizo Barack Obama con la idea de «esperanza» y ahora pareciera que está replicando Kamala Harris con su contagioso positivismo, alegría y energía. Más y mejor política es la solución. Los atajos, no lo son. Son caminos sin salida.

Publicado en: La Vanguardia (02.09.2024)

Fotografía: Smiln32 en Pixabay

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