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¡Deje de quejarse, proteste!

En su último libro, La protesta i la queixael filósofo Joan Vergés señala que el sistema democrático se estabiliza aceptando y fomentando la protesta. La paradoja, destaca el autor, es que, cuantos más espacios se abren para la protesta, más espacios aparecen también para la queja, que tiene contornos desestabilizadores porque no ha desarrollado formas para gestionarla. La queja es resentida, perezosa, amargada. Es agua estancada.

La protesta es parte constitutiva del sistema democrático. El derecho a la huelga o a la desobediencia civil, por ejemplo, posibilitan a la ciudadanía expresar su malestar o ejercer un derecho. La protesta manifiesta una insatisfacción, pero es una forma más activa y propositiva de la expresión de dicho malestar. Implica una intención de cambio. Y no solo busca mostrar una insatisfacción individual, sino que pretende generar una acción colectiva. El filósofo alemán Jürgen Habermas interpretaba la protesta como parte de la acción comunicativa. A través de la protesta, los individuos no solo denuncian lo que consideran injusto, sino que intentan abrir un espacio de diálogo en el que el sistema se vea cuestionado. La protesta, entonces, es dialógica, no reactiva. Además, en muchos casos, utiliza poderosas herramientas, como el arte y, a través del ARTivismo, también intenta cuestionar, movilizar, transformar.

En contraste, la queja es de naturaleza intrascendente y pasiva. Es una respuesta inmediata y visceral ante una circunstancia adversa, sin necesariamente llevar consigo una intención de cambio. La queja es reactiva, no proactiva. Es la manifestación de la impotencia ante el estado de cosas, que no busca cambiar el orden existente, sino solo señalar el malestar que causa. La queja alimenta el conformismo o la resignación. O la mala leche. Y clausura el itinerario potencialmente transformador de la protesta y lo substituye por un estado de ánimo.

Cuando la insatisfacción democrática se expresa a través de la queja, esta tiende a ser un acto individual o pasivo que refleja la frustración de la ciudadanía con el sistema democrático, pero no llega a implicar una verdadera acción política. Contribuye a perpetuar el statu quo, ya que no desafía directamente las estructuras de poder. En cambio, cuando la insatisfacción democrática se canaliza a través de la protesta, nos encontramos ante un acto político activo y transformador. La protesta no solo denuncia la disfuncionalidad del sistema, sino que busca un cambio. La protesta puede sanar, la queja casi siempre lo pudre todo.

En Catalunya, por ejemplo, según datos recientes, la insatisfacción política es el primer problema de los catalanes. Si la política democrática quiere volver a recuperar la confianza de la ciudadanía, necesita entender mejor y buscar en las protestas qué propuestas y cambios se necesitan para recuperar la democracia en un sentido pleno. Si no se hace, los especuladores populistas alimentarán y usarán las quejas para los atajos antidemocráticos.

Publicado en: La Vanguardia (16.09.2024)

Fotografía: Clay Banks para Unsplash

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2 COMENTARIOS

  1. De la queja a la protesta y de la protesta a la propuesta… comunitariamente, Fuera de lo que fue la casa y en una nueva causa?

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