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Los límites del humor cínico

Siempre he defendido que los tristes no ganan elecciones. Que el poder de una sonrisa, y la capacidad de contagiar esperanza e ilusión, es una característica al alcance de muy pocos. Es una habilidad que se convierte en virtud, por su elevada condensación ética: la empatía es mucho más que simpatía. La política son ideas, propuestas, acciones… y también emociones, relaciones, sentimientos y reacciones a estos.

En los días en que se impone el grito y el insulto frente al diálogo; la mofa y la burla en vez de la contraposición inteligente de argumentos… en estos días, el cinismo y la mala leche ganan terreno, y adeptos. Hasta el humor, que en su justa medida tiene la capacidad de movilizar y poner frente al espejo los excesos autocráticos del poder desmedido, parece estar tintado de una pátina de mal gusto que es más cinismo ponzoñoso que finezza estratégica. Es un humor ácido, destructivo.

En esta campaña electoral, Donald Trump se parece cada vez más a un resentido sin escrúpulos. Eso es parte de su peligrosidad: dispuesto a hacer cualquier cosa no solo por ganar, sino por destruir al rival. No concibe otra manera de competir. Su sentido del humor no es gracioso, es peligroso. Y lo usa cínicamente.

En 1927, Sigmund Freud escribía un artículo titulado «El humor» en el que decía: «El humor no tiene solo algo de liberador, como el chiste y lo cómico, sino también algo de grandioso y patético, rasgos estos que no se encuentran en las otras dos clases de ganancia de placer derivada de una actividad intelectual. Es evidente que lo grandioso reside en el triunfo del narcisismo, en la inatacabilidad del yo triunfalmente aseverada. El yo rehúsa sentir las afrentas que le ocasiona la realidad; rehúsa dejarse constreñir al sufrimiento, se empecina en que los traumas del mundo exterior no pueden tocarlo, y aun muestra que solo son para él ocasiones de ganancia de placer».

No sabemos si el yo de Trump actúa por la mera obtención de placer o desde la creencia de estar dotado de una superioridad moral que le hace estar por encima del bien y del mal, o ambas. Pero su forzada sonrisa es una máscara de su verdadera personalidad: un narciso hinchado de vanidad y ambición.

Volviendo a Freud, en su libro El chiste y su relación con lo inconsciente (1905) referencia la situación en la que alguien adopta una actitud humorística frente a otra persona y se comporta frente a esta como el adulto hacia el niño, con paternalismo y soberbia. Trump hace chiste continuo, de todo y de todos. Sus seguidores ríen sus gracias sin gracia, alimentando el odio y la polarización. Usa la mofa para agredir, por eso le encantan los motes hirientes.

La política se ha vuelto agria, pero en las próximas elecciones norteamericanas no solo están en disputa el rictus de sonrisa cínica de Trump frente a la sonrisa abierta —a veces naif— de Kamala Harris. Se enfrentan el resentimiento frente a la esperanza. Esa es la disputa. Esa es la transcendencia de esta elección.

Publicado en: La Vanguardia (14.10.2024)
Imagen: Pixabay

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