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La nueva política: del compromiso individual al horizonte colectivo

Publicado en: CECPS (Círculo de Estudiantes de Ciencias Políticas y Sociología) (18.07.2011)
Entrevista para el CECPS (Círculo de Estudiantes de Ciencias Políticas y Sociología) que transcribo a continuación tal cual ha sido publicada:

Desde el CECPS queremos resaltar el compromiso de Antoni Gutiérrez-Rubí, con esta, nuestra sociedad (gran parte de su obra se puede leer y descargar gratuitamente en su website. Animamos a todos los estudiantes y ciudadanos en general a que se acerquen a su obra y a que mediten sobre sus reflexiones, pues muchos de nosotros lo consideramos un semillero de ideas; un pensar a partir de los que ya han pensado. Como dice Victoria Camps en el prólogo de “Filopolítica: filosofía para la política”: “Siguem moderns, llegim els clàssics. El verso de Foix guía a Gutiérrez-Rubí a lo largo de sus argumentos”.

En sus libros y artículos se aprecia un gran esfuerzo intelectual a favor de la convergencia entre las formas de conocimiento y avances interdisciplinares. En sus reflexiones, subyace un especial y riguroso comercio fronterizo entre las ciencias cognitivas, la tradición filosófica y la tradición espiritual… como el mismo argumenta: “Se impone una triple reacción: más meditación, más espiritualidad y más filosofía”.

“Ampliar el círculo del nosotros”

En su artículo La política meditada argumenta que las emociones debieran ser valoradas y reconocidas al mismo nivel que las aptitudes y actitudes. ¿Piensa que los avances de la psicobiología que avalan empíricamente el papel que usted reclama para las emociones ponen en evidencia los prejuicios de la izquierda ante prácticas espirituales como la meditación?
Hay un recelo prejuicioso en parte de la izquierda convencional hacia la espiritualidad y hacia las prácticas alrededor del autoconocimiento y la meditación. Una mezcla de desprecio y desconfianza. No en vano, el epicentro de buena parte del pensamiento progresista sigue anclado en las viejas ecuaciones del “materialismo histórico. A ello, hay que añadir el sustrato de determinados compartimentos laicistas que reducen o simplifican el laicismo a anticlericalismo, por ejemplo, y en algunas actitudes desconfiadas hacia lo religioso. El conjunto es una mirada displicente a los aportes de compromiso social que se nutren de otras fuentes menos ideológicas (en el sentido más tradicional del término) y que se sustentan en la conciencia personal, la espiritualidad o el compromiso social de inspiración religiosa.

Como usted afirma en su obra: “En el escenario actual de crisis e incertidumbre social se han castigado duramente los delicados equilibrios emocionales que la vida moderna exige a las personas” ¿En qué medida son conscientes los políticos y la ciudadanía en general de los beneficios de la meditación?… ¿Qué beneficios nos ofrece la meditación?
La meditación aporta equilibrio, conocimiento, armonía y socialibilidad. Cada uno de estos atributos enriquece, enormemente, la praxis política. Equilibrio: la política necesita ponderación y flexibilidad. Conocimiento: la política que se construye desde el individuo y su realidad, permite ofrecer escenarios de superación en base al humanismo. Armonía: necesitamos una mayor coherencia entre lo que somos, lo que decimos que somos y lo que hacemos. Y, finalmente, sociabilidad: el autoconocimiento que se obtiene a través de la meditación permite transcender de lo individual para reconocernos en el “nosotros”. Todos los caminos para el reencuentro personal, para la conciliación entre nuestro espíritu y nuestra vida favorecen comportamientos más sociales.

En sociedades en las que los ritmos mediáticos de la política se han entregado a la improvisación y a la inmediatez táctica, la meditación y la dimensión espiritual de la persona —como usted argumenta en su obra— parecen representar un demérito o un defecto; en primer lugar: ¿De qué tipo de espiritualidad estamos hablando?… y segundo: ¿De qué elementos depende el que podamos revertir esta situación en la que la comunicación política está instalada en el “tactismo cortoplacista”?
Estamos hablando de una espiritualidad que te obliga a la reflexión, a la introspección, a pensar antes de hablar, a pensar antes de actuar. Precisamente, la política formal está atrapada en una cadena reactiva alimentada por la fugacidad y fragilidad del hecho noticioso, por la competencia mediática entre medios, por la reducción de la praxis política a la política para y en los medios y por el ciclo cada vez más corto de las noticias. Este cuadro favorece la precipitación, el apriorismo, el prejuicio y la reacción poco evaluada o reflexiva. Justo lo que no necesitamos para la renovación de la política.

De su libro ‘Filopolítica: filosofía para la política’ se desprende que el “ejemplo público” de “lo bueno” y de “lo bello” construye virtud cívica y genera confianza y esperanza… ¿Qué papel juega la inteligencia emocional en este proceso? ¿Qué papel debería jugar la filosofía?
Los datos son abrumadores. La evidencia empírica de la relevancia de las emociones en la configuración cognitiva está fuera de toda duda. Pensamos lo que “sentimos”. Y sentimos lo que “percibimos”. El triángulo percepción (sentidos) —sentimientos (emociones)— y conocimiento (pensamientos, ideas) es indiscutible. La política de las emociones es aquella que reconoce el papel determinante de los sentimientos en el compromiso y la acción política. Sin emociones, no podremos comprender los estados de ánimo de las personas. La praxis política se ha vuelto “insensible” y aquí ha empezado la brecha de legitimidad y de proximidad con la ciudadanía.

La filosofía debe volver a ocupar el epicentro de la acción política. Se trata de recuperar las preguntas, las grandes preguntas del ser humano y de la sociedad. Se trata de desandar para volver a reencontrarnos con las reflexiones profundas, con los grandes temas para revitalizar y volver a “iluminar” el pensamiento político. Hay que volver a los clásicos. Y reestablecer, de nuevo, una gran alianza entre política y filosofía.

A su vez, en ‘Filopolítica’ escribe lo siguiente: “Superar la crisis significa comprender que el camino era equivocado”… “seguir un solo camino es retroceder” ¿podríamos decir que ante el dominio del “pensamiento único” el 15-M -así como otros movimientos de resistencia pacífica similares- representa la esperanza para el cambio que nuestras sociedades y democracias necesitan?
A mi juicio, una de las grandes aportaciones del espíritu, de la cultura del 15M es la no resignación. El 15M es una rebelión frente a lo inevitable. Es una llamada la conciencia de que el determinismo sin esperanza no es inexorable y que el curso de la crisis y la incapacidad de la gobernabilidad de los poderes económicos y financieros por parte de la política, “nos condena” a quedarnos sin alternativas. Nos condena al papel de espectadores, el paso previo para ser, después, víctimas del desorden.El 15M se rebela contra el destino. Y significa una esperanza para empoderar y recuperar el control de lo colectivo desde la perspectiva del horizonte compartido. Es un no al “sálvase quien pueda”.

En las plazas de multitud de ciudades españolas la empatía de miles de ciudadanos hacia las causas de indignación comunes, publicas y generales ha permitido entretejer una estructura de relaciones para la resistencia pacífica como posible motor del cambio hacia una sociedad más justa y democrática, esto ha generado grandes cuotas de simpatía por parte de la ciudadanía, como así lo demuestran las encuestas, pero… ¿Empatizan los políticos con el malestar social, la precariedad y las propuestas de los “indignados”, es decir, comprenden los líderes políticos el estado emocional y las necesidades de la sociedades que aspiran a gobernar?
La política formal ha descubierto, alarmada, que ha perdido el privilegio de la política. Otra de las aportaciones importantes del 15M es el empoderamiento político de muchas personas que sienten que pueden hacer cosas “sin partidos, sin sindicatos, sin políticos”. Incluso hay quien cree —a mi juicio, equivocadamente— que se puede dirigir lo colectivo casi sin instituciones. Aunque soy consciente de la profunda crisis de legitimidad y de reconocimiento social que la actual representación pública de la democracia tiene para una importante mayoría social.

Los partidos han reaccionado con cautela. Aunque no todos reconocen el valor social y político de lo que representa el 15M. Han pasado del desconcierto, a la incredulidad. De la ignorancia al respeto. Y del respeto al interés (o a la pretensión instrumentalizadora). Es una evolución positiva que reconoce el carácter cívico, democrático y la energía social que ha significado el 15M (de las acampadas, al 19J, y de ahí a la amplísima simpatía social que han obtenido). Pero, en general, han creído que el tiempo iba a desgastar, a diluir, la ola democrática. Y el tiempo solo va a tensionar la capacidad organizativa y propositiva de las incipientes estructuras de coordinación. Pero ya no evitará la convicción mayoritaria de la ciudadanía que es que la política formal, tal como es su praxis actual, ya no responde a los retos a los que nos enfrentamos. Las plazas se han vaciado, las redes pueden languidecer o empequeñecer pero la energía vital se ha quedado ya entre nosotros. La próxima ola nos desbordará a todos si la política formal no comprende que esta es, seguramente, la última oportunidad.

En sus reflexiones sobre el relato político, expresa: “El discurso político ha de ser un relato épico, transformador, movilizador”… ¿Qué elementos fundamentales necesita integrar el relato político actual para estar en coherencia con el “debe ser” de esta afirmación?
El relato político debe permitir una interpretación serena sobre las causas, una reflexión profunda sobre los porqués y una pedagogía inclusiva e integradora sobre las respuestas. Hay que volver a hacer pensar a la ciudadanía sobre de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos. Y qué podemos hacer, con quién y cómo para cambiar el curso inexorable de los acontecimientos. También debe contribuir a dar una visión moral y ética del compromiso individual, de cada uno de nosotros, en el horizonte colectivo. El relato político debe emplazar a los ciudadanos a pensar y a comprometerse.

¿Qué quiere decir con la frase: ‘Los tristes no ganan elecciones” y… en el actual contexto de incertidumbre y complejidad… ¿Qué tipo de alegría podría ser bienvenida?
La seriedad, el rigor, la responsabilidad no deben convertirnos en seres huraños, hoscos, hostiles. Cuando afirmo que los tristes no ganan elecciones quiero enfatizar, a través de una frase sorprendente y visual, tres cosas: la política debe ilusionar, emocionar y motivar la acción. La política debe contagiar un espíritu positivo, alegre, integrador para poder rearmarnos de “felicidad”. Como decía Albert Camus: “Ya que no vivimos tiempos revolucionarios, aprendamos, al menos, a vivir el tiempo de los rebeldes. Saber decir no, esforzarse cada uno desde su puesto en crear los valores vitales de los que ninguna renovación podrá prescindir, mantener lo que vale, prepapar lo que merece vivirse, y practicar la felicidad para que se dulcifique el terrible sabor de la justicia, son motivos de renovación y de esperanza.”

“NO NOS REPRESENTAN” ha sido el lema ante la degradación de una praxis política desleal a los valores de la “dignitas democrática”; valores con los que se debieran identificar las personas que con la confianza de la ciudadanía —y habiendo jurado lealtad a su función pública— gobiernan las instituciones y administran los bienes y recursos públicos. Por el contrario, existen multitud de casos de desviación y evasión de responsabilidades políticas que generan desconfianza y descrédito… ¿Sería conveniente un pacto anticorrupción?… ¿Nos ofrecen las nuevas tecnologías alguna posibilidad de mejorar los procesos de participación y de representatividad democrática, así como, algún tipo mecanismo de control ciudadano que nos permita mejorar los niveles de confianza y credibilidad en el sistema, en sus instituciones y en los políticos que deben dignificar las funciones y los procesos?…
Como apunto en mi artículo Economía transparente, en plena crisis económica y financiera, e inmersos en profundas reformas estructurales (en el marco de los planes de estabilidad europea), Internet puede suponer una oportunidad para combatir la economía oculta, uno de los principales problemas para la recuperación económica de España, e impulsar el cambio hacia una economía transparente basada en el libre acceso a la información y el conocimiento.

Para darnos una idea de la profundidad del agujero negro de la economía oculta, basta con compararla con la economía digital. La actividad económica entorno a Internet supuso en 2009 el 2,2 % del PIB, generó unos 100.000 empleos directos y puede elevar su aportación al PIB español hasta el 5,1 % en 2015.

Combatir la economía sumergida es un reto inexcusable e inaplazable.  Para ello, será fundamental el impulso del eGobierno o Open Government que parece que es sólido y constante. Más Internet no sólo puede actuar como alternativa (nuevo modelo productivo) y complementariedad (nuevos mercados y modelos de negocio) a la economía “del ladrillo y sombrilla”, sino que puede suponer una oportunidad para combatir la economía oculta, impulsando el cambio hacia una economía transparente basada en el libre acceso a la información y el conocimiento.

¿Es la “brecha digital” de los políticos —con sus causas generacionales— un obstáculo para el cambio hacia una mayor amplitud de los espacios de interacción democráticos y representativos? ¿y la exclusión tecnológica de una gran parte de la ciudadanía que no ha tenido ni tiene acceso a internet?
La brecha digital ya no es, fundamentalmente, social. Aunque sigue generando profundas y graves discriminaciones. Por ejemplo, España es el país más caro en banda ancha (se sitúa como uno de los países más caros del mundo en el acceso a Internet, con una media de 34€ por persona y mes). Pero las nuevas brechas son territoriales (España puede acabar con redes a dos velocidades, ya que las zonas con mayor densidad de población cuentan con una amplia oferta de navegación, tecnologías como ADSL, VDSL o cable y mejores precios —incluso acceso a las nuevas redes de fibra óptica—, frente a la precariedad de las zonas menos pobladas que, según uno de los últimos informes de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones, suponen más de la mitad del país).

Y también brechas actitudinales. Las élites directivas —empresariales y políticas— están  seriamente desconectadas de la nueva sociedad en la que actúan, una sociedad digital que construye valor, relación y proceso en base al dato y a la información, fundamentada en el binomio redes/personas). Las élites desconectadas dirigen estas sociedades autistas bajo patrones y modelos jerárquicos basados en la autoridad posicional, no en la reputación relacional. Dirigen empresas, pero se alejan —cada día más— de la comprensión de sus clientes en su inseparable condición humana, cívica y ciudadana. Este modelo se agota rápidamente.

En el caso de la política, la cultura digital cuestiona los formatos organizativos, las prácticas comunicativas y los procesos creativos o de agregación de valor. En definitiva, pone en jaque a la política analógica en un ecosistema social muy digital.

En momentos de incertidumbre como los actuales y siendo conscientes de la contingencia a la que están sometidos los hechos socio-históricos… ¿Que tendencia social y política le preocupa más por sus potencialidades negativas? ¿Qué tendencia le genera más ilusión y esperanza por sus potencialidades positivas?
La más preocupante es el reflujo conservador, temeroso, vulnerable que la crisis y sus dramáticas consecuencias tiene sobre los ciudadanos. La combinación de temor e incertidumbre paraliza las conciencias que pueden sentirse tentadas por las soluciones fáciles, a corto plazo. El rechazo al distinto, a lo colectivo y a lo global es la reacción conservadora a las dificultades. Es una reacción que puede llevarse por delante buena parte de nuestra arquitectura democrática.

Y, paradójicamente, se produce en nuestras sociedades una reacción contraria —y creo que mayoritaria— de toma de conciencia personal y colectiva muy esperanzadora. El reto es que estamos en una encrucijada insoslayable e impostergable que exigirá coraje y visión. Hay que aprender a vivir con menos para encontrar, juntos, soluciones globales, sostenibles.

Muchos miembros del CECPS creemos que sería conveniente un mayor diálogo entre los políticos en ejercicio y la comunidad de científicos sociales y humanistas que de algún modo son silenciados en los principales medios de comunicación. ¿Sería oportuno que esta comunidad de científicos y humanistas emitiera un comunicado conjunto de apoyo a los indignados? ¿Estaría dispuesto a involucrarse en ello?

Sí, estoy dispuesto a ello. De hecho, confío en el carácter ejemplar y exigente del pensamiento científico para estimular y obligar a una reacción política a la altura de los retos. Pero, lamentablemente, de lo que estamos sobrados es de constataciones y hechos empíricos que demuestran el carácter suicida de nuestro modelo de desarrollo y el carácter depravador de nuestro sistema financiero. Voces no hacen falta, aunque siempre sean bienvenidas. Lo que necesitamos son oídos para escuchar lo que el planeta y la sociedad grita en silencio: que hay que cambiar rápido y que ya no tenemos tiempo para aplazar las decisiones sin retorno.

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