Estamos obesos. Henchidos de aparente información. Saturados —como el colesterol malo— de fakes y comiendo compulsivamente imágenes, fragmentos y efervescencias diversas con el scroll de nuestras pantallas. Digestiones pesadas donde el hedor de los haters (odiadores) se mezcla con lo consumido. Incapaces de informarnos con la variedad, la cantidad y la calidad de una buena dieta informativa. Obesidad intelectual, grasa actitudinal.
En un interesante artículo de Antoine de Tarlé, en la revista Telos, «La démocratie face à la fatigue de l’information» (La democracia frente a la fatiga de la información), el autor referencia diversos estudios que abordan el preocupante fenómeno de la fatiga informativa. Uno de ellos, de la Fundación Jean-Jaurès del 2022, destacaba que más del 50% de los franceses experimentaban fatiga debido a la sobrecarga de información, lo que lleva a una desafección con los medios tradicionales y digitales. Un porcentaje comparable al de otro estudio del 2024, en el que la cifra alcanzaba el 54%.
Además, según encuesta anual del Instituto Reuters, este fenómeno de la fatiga informativa no se limita a Francia, ya que se observan cifras parecidas en Estados Unidos y Europa. Fatiga, pereza, cansancio. Aburridos de nuestro entorno, hastiados hasta de nosotros mismos. Atrapados en nuestras burbujas y cámaras de eco.
Tarlé apunta que la fatiga informativa se debe, entre otros factores, a la constante accesibilidad de las noticias a través de redes sociales y servicios de mensajería, lo que dificulta distinguir entre información verdadera y falsa. Habla de hastío frente a la información permanente, desánimo frente a la actualidad y de cómo la combinación entre el declive de la confianza en los medios tradicionales y el uso masivo de redes sociales y aplicaciones de mensajería, que no se consideran lo suficientemente fiables, están dando lugar a una importante degradación de la información. Y, con ello, de la confianza democrática.
Hace un tiempo, leí el artículo «The Intellectual Obesity Crisis», escrito por Gurwinder y publicado en su blog The prism en el 2022. Arranca con una cita de Petrarca: «Nuestras mentes se dañan más a menudo por comer en exceso que por el hambre», y argumenta que, del mismo modo que el consumo excesivo de comida basura nos puede llevar a la obesidad física, la ingesta descontrolada de información abundante y de baja calidad puede derivar en lo que el autor denomina «obesidad intelectual».
Hay que ponerse a dieta. Dieta informativa. Un buen detox de pantallas y un nuevo reordenamiento de la información que queremos consumir, compartir y digerir. Es urgente este esfuerzo personal. Las plataformas y sus algoritmos nos quieren en el sofá (físico y mental) para que nada nos distraiga de su seductora rueda de hámster permanente. Hay que parar. Y volver a empezar una dieta (informativa) saludable, variada y equilibrada. Nuestra manera de ver (leer) el mundo es la manera de pensarlo.
Publicado en: La Vanguardia (17.03.2025)
Imagen creada con IA (Krea.ai)