Roma les fascina. El imperio es su modelo. A buena parte de la extrema derecha le gusta analizar el presente a través de la lente del imperio romano. Antes de las elecciones presidenciales, figuras como Elon Musk compartían memes que alimentaban el relato político de Donald Trump al comparar la situación de Estados Unidos con la que vivió la antigua Roma antes de su caída. Ahora, después de que en menos de tres meses el presidente haya dinamitado el orden mundial desatando el caos, hay que preguntarse si sabrán entender las lecciones de la historia.
Cuenta el mito, impulsado por historiadores como Suetonio, que Nerón ordenó quemar Roma por el desprecio que sentía hacia sus edificios viejos y sus calles estrechas. Al relato, que otras fuentes desmienten o cuestionan, se le añadió una imagen potente: la del emperador tocando la lira mientras contemplaba las llamas en una ciudad que ardió durante seis días y siete noches.
En el momento de prender la mecha de los aranceles el 2 de abril, Trump también dijo aborrecer aquello en lo que se había convertido su país: «Carroñeros foráneos han destrozado el sueño americano». No le importó quemarlo todo durante una semana con unas medidas que amenazaban con llevar las economías de EE.UU. y del mundo a la recesión.
Tras el incendio, Nerón aprovechó para reconstruir Roma a su gusto. Levantó la Domus Aurea, una villa imperial que contaba con una estatua suya de más de 30 metros. Solo un ejemplo del narcisismo y la megalomanía que muchas fuentes relacionan con sus años de gobierno. Y sus extravagancias. Como aquel emperador, Trump considera que el sufrimiento y las turbulencias económicas son el precio que hay que pagar para poder tener un nuevo comienzo. Y se regodea con el caos y la vulgaridad. «Los países están besándome el culo», manifestaba cínicamente hace unos días. Todo imperio necesita un emperador.
Nerón entendía que la política no solo se hace con leyes, sino con símbolos y omnipresencia. Tampoco, únicamente, desde la gestión y el gobierno, sino dominando la atención y el espectáculo, fundamental a la hora de comunicar y de convencer. Esta actitud le distanciaba de las instituciones. Evitaba a las élites tradicionales y despreciaba al Senado. Lo consideraba un obstáculo, una reliquia, un grupo de ancianos que no comprendían su misión casi divina. Así, lo cuestionaba continuamente, lo atacaba, lo vilipendiaba. Cualquier institución que no estuviera a su favor era un enemigo.
En su segundo periodo, Trump también rehúye al Congreso. Para imponer aranceles se basa en una supuesta emergencia nacional y ha criticado a los legisladores de su propio partido que han sugerido que la imposición de estas cuotas debería ser aprobada por el legislativo.
Nerón acabó mal: incapaz de quitarse la vida por sí mismo antes de que le capturaran, pidió ayuda a su secretario Epafrodito, quien le apuñaló en la garganta. Según los relatos históricos, sus últimas palabras fueron: «¡Qué gran artista muere conmigo!».
Publicado en: La Vanguardia (14.04.25)