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Adictos al riesgo

La política democrática —la que antepone el interés general y el bien común a los intereses de una parte— está sacudida por unos hiperliderazgos adictos al riesgo, de los que Donald Trump es su principal exponente. Hace unos días, el mismísimo FMI advertía a los bancos centrales nacionales «que estén listos para intervenir y evitar una crisis financiera». El organismo alertaba «del alto riesgo de más caídas en la bolsa y los bonos corporativos». Y concluía: «La historia ha demostrado una y otra vez que las crisis financieras conllevan costes macroeconómicos significativos y persistentes».

Donald Trump se comporta como un ludópata que hace de la apuesta —redoblada permanentemente— una estrategia política. No contempla el acuerdo, solo la victoria imperial, aunque su obsesión (alimentada por un indisimulado deseo de venganza) ignore o subestime el riesgo que sus decisiones y sus consecuencias puedan tener para millones de personas.

En una entrevista reciente, Nate Silver, líder de los superpredictores, y que saltó a la fama por predecir con asombrosa exactitud la victoria de Obama en las elecciones presidenciales del 2012, destaca que reparar los daños que está causando Trump podría requerir décadas o incluso siglos. El estadístico norteamericano, escritor y fundador de FiveThirtyEight.com, una página web sobre el análisis político, económico y deportivo, ha publicado un libro, Al límite.

En esta obra parte de su experiencia como jugador para investigar a una comunidad de personas con ideas afines cuyo dominio del riesgo le permite dar forma y dominar gran parte de la vida moderna. «La mayoría de nosotros no tenemos los rasgos que comparten estos profesionales del riesgo: alta tolerancia a situaciones límite, gusto por la incertidumbre, afinidad por los números, una desconfianza instintiva de la sabiduría convencional y un impulso competitivo tan intenso que puede rayar en lo irracional. Para ellos, la complejidad es inherente a la existencia y el trabajo consiste en saber navegarla. Lejos de tratarse de unos outsiders, este tipo de personas acumulan cada vez más riqueza y poder en nuestras sociedades. De ahí que comprender su mentalidad (y los fallos de su pensamiento) sea indispensable si queremos entender qué impulsa la tecnología y la economía global», apunta.

La democracia está siendo testigo de una mutación: la transformación del cálculo político en una ruleta emocional y digital. Ya no se trata de gestionar el poder, sino de jugar con él. En un tablero donde las reglas se desdibujan y las apuestas lo son todo, quienes entienden el riesgo no solo como amenaza, sino como oportunidad narrativa, se imponen. Andrea Rizzi, autor del ensayo La era de la revancha, lo define así: «Está en marcha un proceso de fortísima erosión de la democracia estadounidense, que también generará efectos negativos; porque una democracia enferma siempre redunda en resultados peores». Estamos en manos de políticos adictos al riesgo, apostadores, jugadores. Indefensos.

Publicado en: La Vanguardia (28.04.2025)
Fotografía: Getty Images para Unsplash

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