Publicado en: El Periódico (14.11.2007) (versión pdf en castellano) (versió pdf en català)
Esta vez no ha sido un SMS anunciando el nacimiento de un nuevo miembro de la Casa del Rey. Tampoco una imagen audiovisual que bate récords en YouTube con una intervención sorprendente. El anuncio del «cese» de hostilidades conyugales de los duques de Lugo se confirmó sin necesidad de comunicado oficial. Pero el impacto mediático de la separación «temporal, sin ruptura legal» tendrá un gran efecto.
Primero, porque rompe la imagen idílica de la familia real. Segundo, por el protagonismo que han tenido los miembros de la Casa del Rey y, en particular, el monarca las últimas semanas. Tercero, porque seguirá alimentando el debate sobre el papel de la monarquía constitucional.
El tratamiento público de la vida privada de cada uno de los miembros de la Casa del Rey también necesita «un tiempo para meditar». La sobreexposición mediática, el inevitable momento de transición entre Juan Carlos I y el príncipe Felipe, el debate constitucional para adecuar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, sitúa a la monarquía como institución en el centro del debate político y social.
El respeto por la Casa del Rey, durante 30 años, ha sido correspondido con una ponderada dosis de mesura y discreción. Alterar el delicado equilibrio de su posición para tener más protagonismo en el ámbito de «lo social» puede traer problemas a la institución para seguir siendo útil a la democracia. La discreción es la llave del futuro. Parece que, justo en el momento más delicado –ahora más que nunca–, se muestran signos de no saber gestionar ese valor intangible que tanto se les admira: saber estar, posar y representar en su justa medida. Pocas palabras y mucho gesto.
Elena, la de las lágrimas olímpicas, la más ausente, víctima del rumor cruel, empieza una nueva vida, pero deberá guardar sus palabras. Por ella, «por el bien de sus hijos» y por la monarquía.