Cercle d’Economia. Barcelona, 14 de enero de 2020
Conferencia inaugural del ciclo «Barcelona capital global del humanismo tecnológico», del Cercle d’Economia. Ciclo dirigido por José María Lassalle, escritor, vocal de la Junta Directiva del Cercle d’Economia. Con la colaboración de Telefónica España.
Les quiero hablar de humanismo, de la posibilidad de una existencia humana plena y garantizada, en medio de una revolución tecnológica en proceso acelerado, probablemente sin control —me refiero al control de la política democrática— y que puede evolucionar de manera incierta y distópica. Es decir, lo contrario de lo utópico: de lo deseable y necesario.
Para ello, déjenme que antes de entrar en el meollo de mi intervención haga un breve excurso sobre el significado y la evolución histórica del concepto de humanismo. Me parece imprescindible.
No me remontaré a la tradición clásica, pero es obligado tener bien presente la máxima fundacional del humanismo: «el ser humano es la medida de todas las cosas», enunciada por Protágoras de Abdera hará unos 2.500 años.
La expresión de los ideales de armonía y belleza del humanismo renacentista se sirvió de la recuperación de las tradiciones grecolatinas. En La Escuela de Atenas de Rafael Sanzio encontramos una síntesis de lo mejor de esta tradición:
– Rafael nos transporta a un templo de la sabiduría, presidido por Apolo y Atenea, dioses de la razón y de la sabiduría, respectivamente.
– Allí mora un escogido grupo de filósofos y científicos, representativos de las siete artes liberales.
– Resaltan las dos figuras centrales de Platón y Aristóteles, como símbolos de las tradiciones filosóficas idealista y materialista.
– Quiero fijar la atención en el libro que sostiene Aristóteles en su mano izquierda: se trata de su Ética.
– Una ética que no pretende ser una ciencia basada en un conocimiento abstracto del Bien, sino una reflexión práctica y concreta sobre la vida humana en acción.
Al hablarles de humanismo tecnológico, quiero tener bien presente esta tradición ética que hunde sus raíces en la Grecia y la Roma clásicas, inspiradora del humanismo renacentista y de la Ilustración y que está en el centro del pensamiento de lo que definimos como Modernidad.
Lo dijo el poeta Josep Vicenç Foix: «Sigueu moderns, llegiu els clàssics».
No se alarmen. No voy a hacer un relato del pensamiento humanista a lo largo de la Historia. Partiré, con la convicción de que los fundamentos están y son sólidos, de un escritor contemporáneo. Joan Fuster, en su memorable L’home, mesura de totes les coses, precisa la concepción antropológica que define al ser humano más allá del hecho biológico: el ser humano es historia, una «historia» que le hace merecer un lugar separado y solitario en las clasificaciones zoológicas.
Esta antropología ideal, surgida en el Renacimiento y desarrollada por la Ilustración, vertebra la Modernidad y es codificada política y jurídicamente por el liberalismo, con las declaraciones de derechos humanos como estandartes.
De todo ello puede darnos una lección espléndida José María Lassalle, como la que puede leerse en el segundo capítulo de su libro Ciberleviatán, «Cuerpos en retirada», y que les recomiendo fervientemente.
Sin embargo, la experiencia histórica vivida por la humanidad nos alerta de las limitaciones y las contradicciones del idealismo humanista. Sabemos que la condición humana es capaz de lo peor y de lo mejor, que el ser humano tiene sensibilidad moral pero que puede perderla. En definitiva, que no existe el ser humano perfecto, bien al contrario, es la imperfección lo que le caracteriza y la lucha por superarla lo que le dignifica. Nos lo recuerda, en su lucidez, Albert Camus: «Sigo creyendo que este mundo no tiene un sentido superior. Pero sé que en él algo tiene sentido y ese algo es el ser humano, porque es el único ser que exige el tenerlo».
¿Cómo traducir estos principios generales en nuestro momento actual?
Un momento en el que está en riesgo esa concepción del humanismo cívico de nuestra tradición moderna. Más que en riesgo, en liquidación, según Zigmunt Bauman: «Uno de los grandes eslóganes del siglo XXI fue ‘liquidar’: liquidar al judío, liquidar al enemigo de clase. Velemos por que el principal programa del siglo XXI no sea la liquidación del ser humano».
Esta pesimista apreciación de Bauman se corresponde con bastante exactitud con la formulación del utopismo tecnológico vinculado a la revolución digital. Un utopismo que reacciona de forma puritana contra la imperfección humana que le impide seguir el ritmo del progreso tecnológico. Es una muestra evidente de la disociación entre el progreso científico y técnico y el progreso ético humano.
Así pues, en nuestra época, o en la época en la que estamos entrando titubeantes, esa disociación parece acentuarse a medida que somos conscientes que estamos dejando atrás un mundo conocido y reconocible… por otro de incierto y ambiguo.
Un prefijo define la nueva época: el prefijo pos.
Del humanismo, pasamos al poshumanismo.
De la modernidad, a la posmodernidad.
De la verdad, a la posverdad.
¿De la democracia, a la posdemocracia?
José María Lassalle, sin más rodeos, nos habla en su libro del colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital, una revolución que está destruyendo al mismo tiempo la Revolución francesa y la Revolución Industrial, al subvertir una estructura de derechos y el concepto de ciudadanía, al mismo tiempo que el pacto igualitario entre capital y trabajo. Y nos pide, con apelación de urgencia democrática, una rebeldía liberal.
Volveré más adelante al concepto de rebeldía, con el que me vinculo especialmente y que comparto con Lassalle, quizá desde otro ángulo o inspiración. Pero no importa: lo relevante no es de dónde venimos, sino a dónde
vamos. ¿No lo creen así?
El filósofo alemán, Markus Gabriel, más contundente que Lassalle, afirma que «Silicon Valley y las redes sociales son unos grandes criminales», al considerar que la revolución digital está mitificada y que esconde una nueva forma de dominación de unos humanos para dominar a otros humanos, y no de las máquinas sobre los humanos.
Ante esta amenaza, urge politizar Internet, como propone Evgeny Morozov, y ello pasa primero por entender «la Red, no como un mero instrumento, sino como un conjunto de infraestructuras para facilitar la vida, el trabajo y la cooperación». De ahí, la vital importancia de quién posee, regula y controla esas infraestructuras que constituyen la base material del futuro de la humanidad.
A estas preocupaciones pretenden dar respuesta declaraciones de principios sobre un nuevo humanismo digital, como el denominado Manifiesto de Viena o la Declaración de Deusto sobre Derechos Humanos en Entornos Digitales. O iniciativas públicas y corporativas diversas que están floreciendo entre la conciencia, la impaciencia y la alarma. Una de ellas, por su relevancia, es la declaración de principios del #BusinessRoundtable: de los shareholders (accionistas), a los stakeholders (interesados). El #BusinessRoundtable es un grupo de líderes corporativos influyente de Estados Unidos, formado por 180 compañías como Amazon, American Airlines, Apple o JP Morgan.
Y la semana próxima, en la cita anual de Davos (World Economic Forum) se va a presentar, como anunció Klaus Schwab, el Manifiesto de Davos 2020. El propósito universal de las empresas en la Cuarta Revolución Industrial. «El mejor camino hacia la comprensión y la armonización de intereses divergentes de todos los stakeholders es la creación de valor compartido y sostenido… Una empresa es algo más que una unidad económica generadora de riqueza. Atiende a las aspiraciones humanas y sociales en el marco del sistema social en su conjunto».
¿Estas declaraciones de principios humanistas se reflejan adecuadamente en los proyectos urbanos de innovación tecnológica que proliferan por todo el mundo?
Más bien se perfilan dos modelos… antagónicos. Nos enfrentamos a dos opciones en tensión. De su desenlace depende la humanidad. No exagero, creo.
Veámoslo desde la perspectiva de las ciudades, que es lo que nos convoca.
¿Ciudades laboratorio tecnológico o ciudades de humanismo tecnológico?
¿Deberían las ciudades organizarse y funcionar como negocios? A esta pregunta intenta dar respuesta el libro How to Run a City Like Amazon, and other fables (Cómo dirigir una ciudad como Amazon, y otras fábulas), una obra que busca, por medio de distintas historias y ensayos escritos (que fluctúan entre lo real y lo ficticio), explorar e imaginar cómo podría ser una ciudad administrada bajo el modelo comercial de grandes compañías como Amazon, Apple, Ikea o Tinder.
Menos ficción y más real es lo que sucede en Songdo en Corea del Sur, Magdar en Emiratos Árabes, Cantón y Hangzhou en China, la ciudad laboratorio de Toyota, o Toronto en Canadá, que son ejemplos de smart cities que modelizan gobernanzas prescriptivas que allanan el camino hacia un Ciberleviatán tecnológico que nos convertirá en titulares de una libertad asistida y una ciudadanía sin retornos críticos.
Y, por otra parte, las empresas pugnan por el liderazgo de lo artificial con apariencia real. Esta misma semana, la presentación que más expectación ha despertado, en la feria de electrónica Consumer Electronics Show (CES), ha sido la de NEON, un sistema de Inteligencia Artificial desarrollado por Star Labs. Esta es una empresa propiedad de Samsung, dedicada a la investigación de tecnología experimental. NEON promete crear «humanos artificiales» mediante software. Lo que se ha mostrado en CES, la feria más relevante del mundo, son pantallas con personajes de aspecto completamente humano que interactúan, imitan, sustituyen y se comportan como humanos.
Este el estado de la cuestión.
¿Hay otro modelo posible?: El modelo Barcelona
Es en este contexto donde se inscribe la propuesta de Barcelona Capital Global del Humanismo Tecnológico, con la que muchos actores públicos y privados estamos tejiendo complicidades y compromisos. Uno de ellos es este ciclo de conferencias. Ciclo oportuno para Barcelona, para Catalunya y para España. No exagero.
Laia Bonet, actual Tercera Teniente de alcalde de Agenda 2030, Transición Digital y Coordinación Territorial y Metropolitana, publicó un artículo de referencia este pasado verano: Barcelona. Liderar el Humanismo Tecnológico. «Humanizar la tecnología y ponerla al servicio de las personas y la ciudadanía exige compromisos múltiples», afirmaba. Y añadía: «Desde el Ayuntamiento de Barcelona estamos dispuestos a liderar estos debates con ambición y capacidad de escucha. Todas las voces son relevantes y creemos en el compromiso de todos los sectores para hacer posible que Barcelona sea la referencia global sobre los debates tecnológicos, como ya lo es, en parte, sobre los productos y servicios». Debates que facilita también Joan Subirats, Sexto Teniente de alcalde de Cultura, Educación, Ciencia y Comunidad, impulsor de la bienal de pensamiento, Ciutat Oberta, en el marco de la cual se tratan cuestiones relacionadas con el modelo de ciudad o la emergencia digital.
Ha llegado el momento. Es ahora y aquí.
Escuelas de negocio de alta reputación, un rico y diverso sistema de investigación universitario, la vitalidad de nuestro activismo sociotecnológico, así como la efervescente capitalidad de startups o la capacidad de atracción de grandes inversiones en conocimiento, hacen de Barcelona la metrópolis perfecta para impulsar, sin complejos, estos debates éticos.
Existe un gran consenso académico, político y también empresarial alrededor de la necesidad de convertir Barcelona en la primera ciudad tecnoética europea, capaz de vertebrar una arquitectura institucional y un relato programático alrededor de la idea de mediterraneidad digital.
La Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) expresa y consolida la vertiente ética como una de las principales preocupaciones y prioridades del sector. Sensibilizados con temas como la sostenibilidad, la paridad o el correcto desarrollo de la Inteligencia Artificial, han impulsado iniciativas como IDEAI (Intelligent Data Science and Artificial), un centro de investigación dedicado a la Inteligencia Artificial y a la ciencia de datos inteligente, o el Campus Diagonal-Besós, zona verde y de ocio que albergará startups y/o espacios de coworking. También, como patrona del BSC (Barcelona Supercomputing Center. Centro Nacional de Computación), acoge el supercomputador europeo más veloz, el Mare MareNostrum IV.
En la Universitat Pompeu Fabra (UPF) también se están desarrollando algunas iniciativas que conectan directamente con el Humanismo Tecnológico. Un ejemplo sería «Ciutadella del Coneixement», un proyecto científico y urbanístico promovido junto al Ajuntament de Barcelona y la Generalitat de Catalunya que aspira a «convertir el área de la Ciutadella en un nodo de conocimiento científico líder en Europa». El plan, que también incluye la creación de un nuevo espacio de investigación e innovación en el histórico Mercat del Peix de Barcelona, cuenta con el soporte de socios como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Barcelona Institute of Science and Technology (BIST).
Paralelamente, ESADE ha lanzado el Foro de debates sobre Humanismo Tecnológico, un espacio de análisis y reflexión que reunirá a académicos, investigadores y profesionales del ámbito empresarial, con el fin de generar y difundir conocimiento alrededor de la idea de la ética digital.
Por lo que al sector privado respecta, vemos cómo desde Barcelona Global, entre otros foros ciudadanos, acaban de publicar un informe que propone, entre otras muchas cuestiones, un plan de «reeconomización del centro de Barcelona», que sirva para reactivar algunos enclaves locales en desuso, como el Pier 01, uno de los hubs tecnológicos más importantes de la ciudad.
El Mobile World Capital report, elaborado anualmente, establece a la ciudad de Barcelona como el sexto hub de mayor relevancia a nivel europeo. Asimismo, España se consolida como el país que ha experimentado el mayor crecimiento en inversiones a empresas tecnológicas. Paralelamente, un estudio de la Universidad de Glasgow determina que Barcelona es una de las tres primeras ciudades que mejor usa la tecnología y los datos para hacer frente a los retos económicos, sociales y ambientales de la ciudad, mientras que la última encuesta «2017 International Talent Monitor», elaborada por Barcelona Global, percibe a la urbe como una «ciudad creativa, global y con gran potencial».
Ayer mismo, sin ir más lejos, un artículo publicado en diciembre del año pasado en el Financial Times ocupaba la home de este medio influyente y se preguntaba cómo Las startups caen en el encanto del centro tecnológico de Barcelona. Afirma: «Este es otro gran lugar para iniciar un negocio» y añade que «la comida, la arquitectura y la vida cultural son únicas. También es una gran ciudad para vivir».
Barcelona es ahora uno de los centros de creación de empresas más exitosos de Europa. En los cinco años anteriores a finales de 2018, atrajo 2.620 millones de dólares en inversiones de capital privado, más que Madrid, Dublín y Ámsterdam, lo que la convierte en la quinta mayor fuente de capital riesgo de Europa, según el informe State of European Tech de la firma de capital riesgo Atomico.
El acceso a los desarrolladores de software y otros talentos tecnológicos es crucial para el éxito de Barcelona. España es el segundo país, después de Turquía, en el aumento de desarrolladores profesionales entre 2017 y 2018, con un crecimiento del 15%, según Atomico.
La conectividad es otro factor. El aeropuerto, a media hora en taxi del centro, tiene vuelos directos a San Francisco, Tel Aviv y a la mayoría de los principales centros tecnológicos europeos. La facilidad de acceso a Barcelona ha ayudado a la ciudad a convertirse en sede de conferencias internacionales de negocios, en particular el Mobile World Congress.
Se establecen, igualmente, una serie de líneas y acciones que nos sintonizan con la visión metropolitana de la ciudad. Desde el PEMB (Pla Estratègic Metropolità de Barcelona) empiezan a gestarse algunos movimientos que ayudan a consolidar la capitalidad de la ciudad como un referente en Humanismo Tecnológico. En efecto, el planteamiento estratégico del próximo Plan abordará algunas cuestiones asociadas al Humanismo Digital.
No empezamos de cero, ¡en absoluto!. Hay un creciente interés por reconducir el impacto tecnológico y encauzar el desarrollo digital de forma tal que la ciudad pueda convertirse en capital global de la mediterraneidad digital. Es una vocación desde la que hay que traer eventos internacionales, promover las colaboraciones público-privadas y alinearnos en un objetivo común: aprovechar las potencialidades y los activos éticos y tecnológicos de la ciudad para convertirla en foro de conocimiento, sede física, nodo digital, hub de innovación y aspirar, sin complejos, a ser capital global del humanismo tecnológico.
SEDE/ FORO/ NODO/ HUB / CAPITAL
En definitiva, Barcelona puede convertirse en un foro global donde se estudien y se ensayen los derechos de la ciudadanía en cuestiones sobre la privacidad de datos, los límites a las grandes corporaciones tecnológicas, la robótica, la computación cuántica o el desarrollo de la Inteligencia Artificial. El ecosistema digital, político y cultural de Barcelona es una oportunidad que necesita un relato que lo active. Y competimos… ¡claro que competimos! contra otros modelos como el del «callejón del silicio»: el plan para que ‘la nube’ del sur de Europa se instale en España, en Madrid.
Un relato… y una metáfora
Esta conferencia inaugural lleva por título Barcelona: una cartografía digital para una propuesta centrada en lo humano.
Una propuesta de transformación urbana de Barcelona, impulsada por la revolución digital, una propuesta que en su estado actual —más allá de su concreción exacta— quiere tener la virtualidad de estimular la imaginación urbana para abrir futuros, de incentivar de nuevo el círculo virtuoso de la colaboración público-privada. Para abrir boca, les presento un primer avance de una cartografía digital, sin ánimo de exclusividad ni de exhaustividad.
La confluencia de espacios con la Vía Laietana, con su enorme potencial (con los edificios de Correos, CCOO…), la Estación de Francia y la liberación de la vía férrea, así como el futuro parque científico de la Ciutadella y la UPF, los edificios del Pier 01 y 03, el distrito 22@, el campus de la UPC o la zona de las Tres Xemeneies evidencian la fortaleza de un modelo urbano capaz de convertir a la ciudad en capital de la mediterraneidad digital y, desde esta fortaleza, aspirar a compartir el liderazgo global del Humanismo Tecnológico con otra red de ciudades del mundo.
La extensión de este eje se expande casi de forma natural hacia los extremos y el interior cubriendo la ciudad y las localidades próximas bajo una misma red cooperativa que conecta, reúne y fortalece el compromiso y el sentimiento de pertenencia.
En este sentido, creemos y apostamos por el establecimiento de una alianza metropolitana que siga, en términos territoriales, una lógica lineal/red y menos centrípeta. El sentimiento de pertenencia e identificación que promueve una franja de naturaleza lineal contribuirá a reforzar el vínculo entre todos los municipios metropolitanos. En la medida en que eres línea y nodo, es más fácil que seas red. ¿Tenemos un posible relato? Creo, sinceramente que sí.
Más allá de los Manifiestos, artículos y conferencias: ha llegado la hora de los compromisos
El nuevo Gobierno acaba de dar una poderosa señal. Pedro Sánchez eleva la «transformación digital» al rango de vicepresidencia y se la encarga a su mano derecha en el área económica, Nadia Calviño. La vicepresidenta coordinará la respuesta a desafíos clave pero que afectan a casi todos los ministerios: empleo, infraestructuras, educación, cultura o igualdad. «La revolución digital para impulsar el crecimiento económico y mejorar el bienestar de las personas» fue uno de los puntos clave del pacto entre PSOE y Unidas Podemos.
Entre los retos de Calviño, se apunta regular la Inteligencia Artificial (el impulso a la voz y el lenguaje en su desarrollo), definir el impuesto a las multinacionales tecnológicas, pautar la creciente robotización del empleo y preparar la reintegración en el mercado laboral de los trabajadores afectados, diseñar una Ley de Derechos Digitales, asegurar la seguridad de la red española de 5G y preparar el camino para los cambios que esta nueva velocidad de conexión provocará en la industria, en la sanidad o en el transporte.
Y vamos tarde.
A sus 27 años, por ejemplo, Omar bin Sultan Al Olama, fue nombrado ministro de Inteligencia Artificial (IA) en los Emiratos Árabes Unidos ya en octubre de 2017. Su país, pionero en crear un ministerio en este ámbito, trata de colocarse a la cabeza de la IA en el mundo, buscando desbancar a países como Estados Unidos o China, en la actualidad líderes en esta carrera tecnológica.
Sí, vamos tarde. Pedro Larrañaga, profesor e investigador en el Departamento de Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), nos recuerda, en un reciente artículo, que ya en 2016 Japón solicitó a los países que forman parte del G7 el desarrollo de reglas básicas para regular la IA. Aunque todavía no está claro cómo deben ser esas normas, si los gobiernos no avanzan en la regulación y la gobernanza de la IA, será esta la que finalmente se convierta en gobernante.
Vamos tarde, sí, pero todavía estamos a tiempo.
España, Catalunya y Barcelona estamos a tiempo todavía.
Este mismo fin de semana, Jaume Collboni, primer teniente de alcalde de Economía, Trabajo, Competitividad y Hacienda del Ayuntamiento de Barcelona lo resumía muy bien: «Barcelona no puede ni quiere ser ajena a la realidad que nos rodea. Hay proyectos muy relevantes para nuestro futuro que hay que abordar con la implicación y la colaboración del Gobierno de España».
No puedo estar más de acuerdo. Aprovechemos la oportunidad.
Es aquí, ahora, es el momento
Hace muy pocos días, conmemorábamos el aniversario del dramático fallecimiento de Albert Camus que, sesenta años después, nos deja un legado permanente que sirve para entender la política actual y, también, el absurdo diario. Rebelde y pacifista, autor de El hombre rebelde, entre otras obras extraordinarias, dejó para la posteridad sentencias tan certeras como necesarias. Una de ellas dice: «Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga».
¿Cuál es la tarea de mi generación? Entendiendo por generación no una franja etaria, sino un momento histórico. Mi generación etaria es inmigrante digital. Y, como cualquier inmigrante, buscábamos, y seguimos buscando, progresar y desarrollarnos. Internet —y la cultura digital— me lo ha dado casi todo: trabajo —mucho trabajo—, algo de reconocimiento, unas dosis justas de reputación y muchísimo placer. Sigo deslumbrado, atraído y gozando por el conocimiento compartido, por la capacidad de organizarnos, comunicarnos y crear valor de nuevas y mejores formas, prácticas y usos que las que he (hemos) conocido.
Pero, a la vez, nuestra generación, y ahora sí, entendida como momento compartido, como responsabilidad coetánea… me alerta de que estamos en un momento crucial. Vuelvo a Camus: «¿Qué es un rebelde? Un ser humano que dice no». Quizá ha llegado el momento de decir que «no» a nuestra propia fuerza y capacidad. Lamentablemente, la política ha perdido la capacidad de embridar al caballo desbocado de la tecnología protagonizado por los actuales oligopolios. La democracia no tiene suficiente poder normativo y regulatorio, suficiente poder fiscalizador y preventivo, suficiente poder coercitivo y sancionador para garantizar el control humanista de la sociedad digital. La política, en parte, ha perdido el control… pero, ¿todo está perdido? En absoluto.
Necesitamos, tres compromisos
Primero, la autoregulación de la ciudadanía individual y corporativa. Confío mucho en la presión consciente y comprometida de usuarios, consumidores y ciudadanos para forzar limitaciones efectivas contra el exceso de poder de las corporaciones que impida el libre albedrío de las personas en la toma de sus decisiones conscientes. Las corporaciones ya no niegan lo que intuíamos: saben dónde estamos, sin que lo hayamos autorizado. Lo que necesitamos, sin que lo hayamos pedido. Lo que nos gusta o disgusta, sin ser —realmente— nuestros amigos, aunque lo imiten. Lo que pensamos, sin que lo sepamos.
Saben demasiado. Nos escuchan sin pudor. Nos siguen sin rubor. Pueden anticiparse y, con ello, predeterminar y proveer placebo digital con patrones de comportamiento que nos condicionan y nos cosifican. La gratuidad de muchos servicios nos ha convertido en mercancía a través de nuestros datos. Sus algoritmos nos encapsulan, aíslan, en un líquido amniótico de resonancia reverberante que elimina y nos purifica la disonancia cognitiva.
Sin descartar trocear algunas de las grandes corporaciones digitales para limitar su excesivo poder, como apuntan algunas candidaturas en las primarias demócratas de este 2020 en Estados Unidos. Medidas de las que, algunos pensadores como Evgeny Morozov, nos alertan en relación a sus reales limitaciones. Quizá hay que explorar, adicionalmente, cómo el activismo por los derechos digitales evita que Internet deje de ser una herramienta de dominación política. En este sentido, iniciativas como la de Digital Future Society nos marcan un itinerario esperanzador.
Es la hora del poder del voto y del activismo cívico. El poder del voto y del consumo responsable, el uso crítico o la práctica guiada por el interés general. El poder de los que no tienen poder, como bien apunta Moisés Naím en su libro El fin del poder.
Segundo, una alianza ciudadana-corporativa, público-privada entre gobiernos (locales, regionales, estatales y supranacionales) y las grandes fuerzas de pensamiento y representación políticas, con las corporaciones globales. Una alianza para garantizar el interés general y el bien común que hoy, lamentablemente, no podemos garantizar sólo desde la política democrática. En este sentido, los recientes manifiestos de CEO y líderes de la economía digital, que abogan por el humanismo en el centro del desarrollo tecnológico, me parecen esperanzadores y merecerían, desde la política, un mejor reconocimiento y entusiasmo.
Daniel Innerarity lo expresa con precisión en un artículo reciente: «Las revoluciones políticas más importantes no se están produciendo en los parlamentos, las fábricas y las calles sino en los laboratorios y las empresas tecnológicas. Allí se está decidiendo si el futuro va a estar en nuestras manos y de qué modo, cuánta desigualdad podemos permitirnos, qué riesgos estamos dispuestos a asumir. Seguramente no estamos dedicando a estos asuntos el tiempo y la energía social que requerirían».
Tercero, avanzar en el fortalecimiento normativo global, en una nueva gobernanza del ecosistema digital global. En este sentido, las metrópolis globales, como Barcelona, pueden jugar un papel decisivo para explorar y diseñar modelos de gobernanzas democráticas. Exploremos, también, iniciativas como dotarnos de una Constitución Digital Global para los nuevos derechos… y deberes.
En palabras de John Keane, politólogo, escritor y profesor en la Universidad de Sydney: «La cuestión pública sobre quién consigue controlar los robots y el sistema de poder sobre el que funcionan emerge como una de las cuestiones más importantes para los humanos en estas primeras décadas del siglo XX». Por ejemplo, en lugar de permitir que los profesionales de la tecnología naveguen por la ética de la Inteligencia Artíficial por sí mismos, debemos incluir al público en las decisiones sobre si la IA se desplegará y cómo se implementará y con qué fines.
Desplazar el foco de la smart city al smart citizen permite abordar el tema de una manera más inclusiva y participativa, donde juegan un papel central las políticas públicas para desactivar las externalidades negativas de la tecnología.
Para ello, es necesario diseñar formas de gobernanza que articulen lo complejo, construir nuevas coaliciones público-privadas, estimular los procesos de cocreación, así como fomentar y articular la participación de la sociedad civil. Las ciudades pueden y deben ser el laboratorio cívico para protagonizar una revolución humanística que dé sentido cívico a las distopías tecnológicas. No queremos ciudades demasiado inteligentes y poco humanas, sino tecnología al servicio del proyecto cívico de la ciudad.
La ciudad es igualmente el escenario idóneo para innovar en el terreno de las nuevas regulaciones que requiere la nueva sociedad digital. Algunas ciudades globales pueden convertirse en un SandBox regulatorio que permita innovar y testar nuevas formas vinculado a ciertas ineficiencias de las Administraciones para definir nuevas políticas y regulaciones en constante evolución.
La respuesta a la disrupción tecnológica y la nueva gobernanza de la sociedad digital precisan de un trabajo de campo y soluciones inmediatas, dado su impacto en ámbitos centrales de la vida de los ciudadanos como el empleo, la movilidad o la sostenibilidad. Tenemos que orientar nuestras ciudades hacia el lugar donde se innova y se experimentan desarrollos tecnológicos centrados en la persona, algo que requiere igualmente de una gobernanza sofisticada.
Un apunte final sobre Europa
Corremos el riesgo de ser —si no lo somos ya— el parque temático y el geriátrico del mundo. Representamos sólo el 5% de la población mundial. Europa, con sus metrópolis al frente, debe revolverse contra la resignación tecnológica y la debilidad política y económica. Nuestras instituciones pueden seguir poniendo multas, que las corporaciones y oligopolios pagarán al contado sin pestañear, para limitar el exceso y las prácticas abusivas de estas corporaciones. Pero lo que realmente necesitamos es una estrategia europea autónoma, propia y diferenciada. Europa aún cree que puede alcanzar a Estados Unidos y China en la carrera tecnológica, pero ese tren quizá lo hemos perdido y debemos colaborar más con América Latina y África para organizar una tercera vía digital, la del Humanismo Tecnológico.
Las empresas europeas van con retraso en innovación respecto a Estados Unidos y China. Esta brecha es especialmente notable en la adopción de tecnologías digitales, según el reciente informe del Instituto Global Mckinsey. Esta consultora, entre otras muchas otras fuentes que se han pronunciado en la misma dirección, insiste en que los líderes empresariales europeos apuesten por la creación de nuevos gigantes mundiales para frenar a sus competidores. Y yo me permito añadir: más que para frenar… para dar un sentido humanista profundo a nuestra realidad tecnológica e impedir la distopía antidemocrática.
Acabo
Es la hora de explorar los moonshots: proyectos que plantean ideas radicales a grandes problemas ayudándose de tecnología disruptiva. Su capacidad de innovación no ha hecho más que empezar.
La humanidad se ha fijado el año 2030 como el punto de no retorno para garantizar nuestra sostenibilidad. La tarea de cambiar nuestro modelo productivo, nuestros hábitos y nuestras gobernanzas por un horizonte capaz de cuidar la única casa que tenemos, que es el planeta, y no romper nuestros vínculos responsables con las generaciones futuras… es una tarea que no permite ni un paso atrás más. La transición ecológica es la clave. Tenemos una década decisiva delante.
Pero nos falta otra transición, la digital, la del Humanismo Tecnológico. Este año va a ser decisivo: la transversalidad de la Inteligencia Artificial, la privacidad y ética en el uso de los datos, el crecimiento de los recursos de ciberseguridad son algunas de las conclusiones del tercer Observatorio Retina de El País. Si dejamos que el futuro se programe y no se piense, el escenario será limitado y sin margen.
Transición ecológica para una emergencia climática. Y transición al Humanismo Tecnológico, también, para una emergencia digital. ¿Exagero? No lo creo.
Muy probablemente, ambas agendas deban y puedan retroalimentarse mutuamente para hacer que nuestra generación, tengamos la edad que tengamos, y como decía Camus, sea la que impida que el mundo se deshaga. O al menos, que lo intente honestamente.
Muchas gracias.
Antoni Gutiérrez-Rubí