El efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo, descrito en psicología social, en virtud del cual los individuos incompetentes tienden a sobreestimar sus habilidades, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimar las suyas. Es decir, en el primer caso, hablamos de la soberbia de la estupidez humana.
Esta arrogancia sin fundamento es especialmente dañina: la estupidez no tiene autocontrol y consciencia de sus límites; en cambio, persiste en su absurda autosuficiencia. Se basa en creencias sublimadas, no en realidades contrastadas, y convierte a las personas estúpidas en potencialmente peligrosas, por su obstinación indocumentada.
A veces cometemos estupideces, pero eso no nos convierte necesariamente en lerdos. Sucede, además, que cuanta más estupidez, menor es la capacidad de reconocerse en ella. La gran mayoría debemos educarnos para discernir cuándo hemos cometido un error torpe, una absurda equivocación, o un inexplicable desliz. No siempre sabemos justificar nuestros actos. Y cuanto más absurdos, parece que todavía peor. ¿Qué hace, también, que personas inteligentes tengan comportamientos inexplicablemente estúpidos?
La lengua es muy fértil para definir la necedad, la memez, la sandez, la tontería, la idiotez y la simpleza. Así, a los estúpidos podemos llamarles también imbéciles, bobos, idiotas, memos, tontos, patosos, y ridículos. Maravilloso.
En política, como en la vida, hay comportamientos, ideas y dichos francamente estúpidos. Su contribución al interés general es menos cero. Y su utilidad es palmariamente improductiva. Pero ocupan un protagonismo en la democracia de las audiencias, tan estimulables como, muchas veces, manipulables.
«Solo hay dos cosas infinitas: el tiempo y la estupidez humana» afirmaba Albert Einstein. Esta obstinación en el error absurdo es grave para los individuos y especialmente peligrosa cuando se instala en los centros de decisión y dirección de lo público. Debemos estimular debates que releguen a los bobos a la esquina de pensar. Y, al mismo tiempo, vacunarnos contra la imbecilidad —tan humana— con una distancia crítica de nuestras propias convicciones. Nada más sano que dudar de uno mismo. Releo a Martin Luther King: «Nada en todo el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda».
Publicado en: La Vanguardia (2.09.2021)
Foto: Nick Fewings en Unsplash
No te imaginas la de veces que me arrepiento de lo que digo e incluso de lo que pienso, he llegado a pensar que la estupidez es un virus que nos afecta a todos en mayor o menor medida y para el que aun no se ha encontrado vacuna.
La arrogancia debe ser combatida con fortaleza o humildad arrogante (valga el oxímoron).
Conforme cumplo años me voy curando cada vez más del síndrome!! 😉