No hay votos cautivos: ni por edad, ni por territorio, ni por ideología, ni por sexo, ni —tampoco— por condición socioeconómica. Este es uno de los muchos aprendizajes que las últimas elecciones nos han ofrecido y que se confirma, otra vez, con la contundente victoria de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Las apelaciones a la zona sur, a las personas trabajadoras, o a los valores antifascistas, por ejemplo, como si estos electores no tuvieran otra opción que votar a determinadas fuerzas políticas, ha fracasado como estímulo electoral.
Las personas no votan por quienes son, sino por sus intereses, anhelos, miedos, filias, fobias y sueños. No es la identidad cosificada, es la motivación de los intereses y su pegamento emocional. No se trata de targets, públicos objetivos o votos cautivos, se trata de personas en un contexto concreto: temporal, emocional, económico y político. ¡Ay, los contextos!
Muchos análisis se han apresurado a preguntarse cómo es posible que alguien, por tener determinadas condiciones, no vote —supuestamente— de acuerdo con estas, y canalice su identidad con unas opciones concretas y no otras. Entre preguntas incrédulas, sorpresas indignadas y debates arrogantes, muchos líderes y analistas políticos están transitando desde la perplejidad sincera a la búsqueda de explicaciones que justifiquen errores o soberbias. Pero lo cierto es que los prejuicios y apriorismos en política son los que, desde determinada superioridad moral, arrastran a los lúcidos a la negación y la torpeza. ¡Ay, los sesgos!
Un ejemplo. El sesgo sobre nuestros rivales nos impide entender sus razones. Douglas Ahler y Gaurav Sood (en 2018) realizaron una encuesta para identificar hasta qué punto la percepción de los partidos se ajustaba a los estereotipos. Conclusión: estamos muy equivocados al imaginarnos cómo son, realmente, nuestros rivales o adversarios. Los creemos tan distintos, nuestros sesgos sobredimensionan —hasta la caricatura— cómo pensamos que son nuestros opositores, que acabamos por confundirnos y equivocarnos de manera estrepitosa.
Así, estamos convencidos de que podemos explicar el voto conservador del centro derecha con la imagen estereotipada del barrio de Salamanca y a los votantes progresistas y de izquierdas con la de Vallecas, por ejemplo. Ya sabemos que no es así, que los electores no están cautivos, aunque no tengan, quizás, la libertad de cambiar sus destinos. Estos atajos, esta cosificación del electorado, nos impiden pensar en sus razones, motivaciones e intereses. Preferimos la seguridad del cliché a la comprensión que nace de la duda y de la verdadera observación de comportamientos y patrones. ¡Ay, los atajos!
Las elecciones han acabado y las urgencias aceleradas puede que impidan una reflexión más profunda sobre cómo podemos mejorar la comprensión de las motivaciones e intereses de los electores para así predecir mejor sus comportamientos. De momento lo hacemos al revés: predecimos sin querer comprender. ¡Ay, la arrogancia!
Publicado en: La Vanguardia (13.05.2021)
Fotografía: Unsplash
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Cuando presentas una petición de licencia de obra menor para reformar el baño de tu casa, te dan un número de registro. Si una persona influyente viene tres días después, hace la misma petición y su licencia aparece concedida dos meses antes que la tuya. Eso es defender lo público… este tipo de pequeñas micro causas son las que van a unir a las personas y no pertenecer a una supuesta macro clase (trabajadora, empresarial….)
Ay el contexto 😉 Sí ha cambiado y es determinante.