La precampaña ha empezado con algunas sorpresas. Algunas desagradables y agresivas, y otras divertidas e inocentes. El pasado 27 de octubre, en Toulouse, durante la celebración del plenario de la Comunidad de Trabajo de los Pirineos (CTP), miembros del movimiento Mugitu, contrarios al Tren de Alta Velocidad, lanzaron dos tartas a la presidenta del Gobierno de Navarra, Yolanda Barcina, de Unión del Pueblo Navarro (UPN), e interrumpieron el plenario desplegando pancartas en contra del ferrocarril de alta velocidad y profiriendo gritos y consignas en ese sentido.
Este es el último incidente que tiene como protagonista a una tarta o algún objeto, con la finalidad de reírse del político y humillarlo. Barcina se une a la lista, añadiéndose a políticos y personajes destacados, como Nicolas Sarkozy, Bill Gates, Helmut Kohl o Jacques Delors. Y no es nada novedoso. Las primeras crónicas sobre el lanzamiento como protesta se remontan al siglo I a.C. cuando el Emperador Nerón fue acribillado a cebollazos en una visita al coliseo romano. Desde entonces, no se han librado de agresiones con huevos, tartas y zapatos, ni políticos, ni premios Nobel, ni empresarios.
El lanzamiento de tartas a políticos vivió su momento álgido en la década de los 60 y 70, donde cualquier político se veía expuesto a un ataque (todavía hay grupos organizados que lo llevan a cabo). Actualmente, en Bélgica, existe un personaje muy popular llamado Noel Godin, creador de la ‘guerrilla pastelera’, que se jacta de haber ‘entartado’ a multitud de políticos. En Estados Unidos, el lanzamiento de tartas a políticos generó un movimiento llamado las brigadas BBB (Bioetic Baking Brigades) y quienes estudiaron su comportamiento lo definían como un acto de respuesta «ante la frustración por la falta de control de las situaciones políticas y económicas», «un gesto de enfado» de movimientos de izquierdas cercanos a los antisistema.
El tartazo conlleva la humillación, simboliza el daño a la identidad, un intento de vejar y denigrar al contrario. Pero los tartazos también pueden ser digitales, y cada vez se ven más a menudo durante las campañas electorales. El “tartazo digital” más radical sucedió ayer, con el crackeo de la web de Rubalcaba. En su página apareció un supuesto mensaje de Anonymous sobre la autoría del 11-M, manipulando la cara del candidato, con la frase “Rubalcaba, la sombra del 11-M te persigue muy cerca: La forense del 11-M declara ante la juez que en los cadáveres no había metralla”, indica un entrecomillado que aparece junto a la famosa careta que caracteriza a Anonymous.
Más inocente, pero muy lúdico, ha sido el tartazo colectivo que ayer mismo también se llevaba Rajoy al proponer a un usuario que se cambiara el avatar, lo que llevó a la solidaridad –y risas– de muchos otros usuarios, que se rebelaron poniéndose también avatars en Twitter con la cara del candidato. La red se ha rebelado frente a la pretendida imposición y con el #avatarmariano se ha llenado de caras del candidato rediseñadas y manipuladas para burlarse y reducirlas a meras caretas, aprovechando la noche de Halloween y compitiendo con la creatividad propia de esta fecha, donde los muertos y los vivos intercambian papeles. Todo muy oportuno, satírico y divertido. Nada que ver con la agresión pastelera o el ataque a la libertad de expresión del sospechoso crackeo de la web de Rubalcaba.
El humor irreverente, la crítica ácida, la sátira mordaz… han estado siempre vinculados a la política y a los políticos. Éstos han sido fuente de inspiración conectando con un sentimiento de desprecio y despecho en el que se refugian muchos ciudadanos descontentos o ignorados. O, simplemente, ociosos en una noche como la de Halloween y en un ambiente frío y poco movilizado. Muchos ciudadanos, en su condición de electores, creen que la única revolución posible es la de los cómicos. La risa burlesca, la política bufa, es una señal también de indignación, pero con sentido del humor.
Publicado en: El País (01.11.2011) (Artículo 7, Las formas son fondo)
Fotografía: ryan birk para Unsplash
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